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miércoles, 29 de agosto de 2012

PRIMERO TOMAMOS MANHATTAN - Por LEONARD COHEN



Me condenaron a 20 años de aburrimiento
por tratar de cambiar el sistema desde dentro.
Ahora vengo, ahora vengo a cobrármelo.
Primero tomamos Manhattan, después tomamos Berlín.

Me guía una señal en el cielo.
Me guía esta marca de nacimiento en mi piel.
Me guía la belleza de nuestras armas.
Primero tomamos Manhattan, después tomamos Berlín.

Realmente querría vivir contigo, nena.
Me encanta tu cuerpo, tu alma, y tus ropas.
¿Pero ves esa línea de ahí,

moviéndose a traves te la estacion?
Te lo avisé. Te lo avisé. Te avisé que yo fui uno de ellos.

Ah, me amaste como un perdedor
pero a hora te preocupa que pueda ganar.
Sabes como detenerme,
pero careces de la disciplina necesaria.
Durante cuantas noches recé por esto,
para que mi obra comenzara.
Primero tomamos Manhattan, después tomamos Berlín.

No me gusta su negocio de modas, señor.

Ni me gustan las drogas que le mantienen delgado.
No me gusta lo que le ocurrió a mi hermana.
Primero tomamos Manhattan, después tomamos Berlín.

Realmente querría vivir contigo, nena...

Te doy las gracias por las cosas que me mandaste.
El mono y el violín marca Plywood.
Practiqué cada noche, y ahora estoy listo.
Primero tomamos Manhattan, después tomamos Berlín.

Recordame. Solía vivir sólo para la música.
Recordame, yo te llevaba las bolsas de la compra.
Es el Día del Padre y todo el mundo está herido.
Primero tomamos Manhattan, después tomamos Berlín.


NO TE PREOCUPES ¿PALOMA? Por FER

En esa época ella era una paloma y vivía dentro de un número. Vivía dentro del número cinco, más específicamente. Siendo un ave, Buenos Aires no ofrecía demasiadas ofertas laborales, así que no podía darse el lujo de pagar el alquiler de un número con unidad y decena. Ni que hablar de esos lugares enormes y lujosos que eran los números con unidad, decena y centena. Solamente los había visto en las revistas.

Trabajaba (de paloma, claro) en alguna de las plazas de la ciudad. Estuvo mucho tiempo rotando de plaza, hasta que por fin la dejaron fija en plaza de mayo. Era muy feliz trabajando allí. Le gustaban los atardeceres en la ciudad, y la gente que iba y venía todo el tiempo.

Había una sola cosa que lograba disgustarla del todo. Odiaba esa época del año en que aparecían las golondrinas. Lo único que esas malvadas criticonas sabían hacer era arruinarle las tardes de verano.

Las palomas y las golondrinas tenían una animadversión mutua desde hace años y años. Las palomas les recriminaban a las golondrinas la falta de libertad y las golondrinas las acusaban a su vez de ser poco organizadas y poco solidarias entre ellas. Las palomas siempre desconfiaron de las golondrinas por estar sindicalizadas y las acusaban de cooperativistas. Se consideraban a sí mismas más inteligentes e independientes, y capaces de cuidarse a sí mismas sin molestar a las demás.

Por las noches, ella volvía a su cinco. No era muy elegante, pero le encantaba su pequeño número. Dentro del seis vivía un mago que era su mejor amigo. Bah, en realidad no era un mago, sino un conejo. Había sido conejo de mago durante muchos años y las presiones de la carrera terminaron por crearle un conflicto de personalidad que se fue agravando con el tiempo. Se volvió loco del todo el día en que, en medio de su delirio, quiso ser él quien saque al mago de la galera y lo despidieron.

Cuando llovía, el conejo se venía a dormir con ella en el cinco porque le temía a los truenos y al viento que golpeaba las ventanas del número seis. Era una de esas noches de lluvia, cuando la paloma le confeso a su amigo conejo el secreto que había escuchado, un poco sin querer y un poco a propósito, esa misma tarde.

No era ingenua. Sabía que desde hace tiempo estaban pasando cosas extrañas. Conocía el aire de la ciudad más que a sus propias plumas y sentía el clima enrarecido de los últimos tiempos.

Se lo contó todo al conejo. Unos señores de uniforme, estaban teniendo unas reuniones secretas en las que estaban planeando asesinar al presidente. Ella lo conocía y le parecía un hombre bueno y carismático. Le caía muy bien (sobre todo cuando sonreía). Estuvo cerca de él durante largos años y vio muchas veces la plaza llena hasta el tope cuando ese señor se asomaba al balcón.

Estaba muerta de miedo y no sabía que hacer. El conejo, pese a haber perdido la razón hace años, le daba siempre los mejores consejos. Le advirtió que para estas cosas no hay trucos de magia, y que tendría que ser valiente. Juntos decidieron que lo mejor era tratar de advertir al general de la sonrisa, lo que estaban planeando en su contra.

A la mañana siguiente y haciendo gala de toda su destreza en el arte de volar, se coló en el despacho de aquel a quien debía advertir. Pero todo el esfuerzo fue inútil. El general había cambiado la sonrisa por una mueca de preocupación. Ya no hablaba alzando la voz como cantando, ni gesticulaba con las manos. La paloma entendió que había cosas que estaban cambiando para siempre. El general ordeno que la sacaran del despacho y se encontró de nuevo en el aire frío de junio. Se dio cuenta de que el clima enrarecido se había instalado en la ciudad para quedarse por tiempo indeterminado.

Las golondrinas podían acusarla de lo que fuera, pero había cosas que ella tenía muy claras. Estaba absolutamente convencida de que era injusto que alguien sea víctima de la violencia solo por el trabajo que realiza. Es como si quisieran matarla a ella solo por ser paloma.

Entonces pensó en una sola cosa. Tenía que salvar lo único que ella capaz de defender en ese momento. Se odio a sí misma por no disponer de más recursos para advertir al general de la sonrisa, pero sentía el deber de salvar por lo menos a sus compañeras.

Al la mañana siguiente, la plaza amaneció desierta de palomas y con el cielo gris. El bombardeo de la aviación naval cayó sobre la plaza hiriendo y asesinando inocentes; y ella lo escucho todo desde el número cinco. Lloro en silencio por lo que no pudo evitar, pero se alegro en su interior de haber podido salvar a las demás. Pensó en que tal vez las golondrinas tenían razón, después de todo.

De la suerte que corrió la paloma después de ese junio, hay más de una versión. Algunos dicen que el general de la sonrisa se la llevo con él cuando dejo el país. Otros dicen que por el tremendo acto heroico de salvar a todas las palomas de plaza de mayo, se transformó en humana y ahora es enfermera en un hospital para poder ayudar a las personas.

Pero hay quienes juran que no se transformo en humana. Cuentan, con una media sonrisa entre labios, que en realidad solo muto de animal y ahora es pingüina. Dicen, también, que sigue trabajando por la misma zona.

A PASEAR POR MI CIUDAD Por LUCAS DONADIO




Hoy quiero invitarte a pasear  por mi ciudad

Toma mi mano sin miedo

Que ya estamos entrando... 

Escucha 

El suave son de la arboleda

Nos deleita con su cadencia mas precisa

Y como  bellos adornos musicales

Se asoman lentamente

Los más delicados cantos de las aves. 

Mira   

El sol mas brillante

Ilumina el gran paisaje natural

Cargando así de energía luminosa

A todo cuerpo vivo,

Los perros, las aves, la rosa. 

Y ahora sentí, 

El infinito nos rodea

Cientos de paisajes y misterios

Cientos de vidas y desiertos

Y en el medio del todo, te miro,

Una caricia…

viernes, 10 de agosto de 2012

EL HOMBRE VESTIDO DE BLANCA VIRGINIDAD Por WALTER GÓMEZ



Cae la piel del hombre vestido de blanca virginidad.

Se derrumban todos sus secretos, aún los ya publicados.

Parado en medio del hedor, suplica paz.

Es en ese momento aparece el hombre de plastilina,

tan bien imaginado por los mediocres,

y le dice:

-“La paz  no existe.

El estado de naturaleza es el odio,

en algunos,

y la resignación en otros”.-

¿Qué tienen de contraposición la paz con la resignación?.-

preguntó el hombre vestido de blanca virginidad.

“La paz no existe porque se sembró el germen del ser humano.

Sin su existencia, la del ser humano,

la paz sería como el aire. No la ves ni la sentís.

Simplemente está.”

En ese momento, en ese preciso instante,

los árboles empezaron a dibujar curvas,

el suelo se comenzó a desgarrar

como finos hilos de cemento,

como carne deshilachada.

El cielo dibujó la forma de un ojo,

y se cerró en un tiempo.

Se pareció a un guiño.

El hombre vestido de blanca virginidad giró su cabeza

y descubrió a una mujer con una pala en su mano.

El agua los empezó a cubrir de manera inversa,

de arriba hacia abajo.

La mujer ya había cavado la fosa.

El hombre vestido de blanca virginidad

dejó de sentir su propio cuerpo.

El silencio se adueñó del momento aún hasta hoy.


*Fotografía Benoit Paille