El nombre del fotógrafo es Benot Paille, canadiense el muchacho, oriundo de Montreal. Es estudiante y ya es un animal en esta disciplina.
2019 en La Letra Tal Vez. Dossier de fotos, literatura, entrevistas y mas críticas teatrales nos esperan...
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miércoles, 28 de diciembre de 2011
miércoles, 21 de diciembre de 2011
OLIVERIO GIRONDO - POEMAS
Que los ruidos te perforen los dientes, como una lima de dentista, y la memoria se te llene de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas.
Que te crezca, en cada uno de los poros, una pata de araña; que sólo puedas alimentarte de barajas usadas y que el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas; que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte ante los tachos de basura y que todos los habitantes de la ciudad te confundan con un meadero.
Que cuando quieras decir: “Mi amor”, digas: “Pescado frito”; que tus manos intenten estrangularte a cada rato, y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes en las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con los buzones; que al acostarse junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa.
Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto, para que los espejos, al mirarte, se suiciden de repugnancia; que tu único entretenimiento consista en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo, y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro, que no puedas dejar, ni un solo instante, de lamerle la cerradura.
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Con frecuencia voy a visitar a un pariente que vive en los alrededores. Al pasar por alguna de las estaciones —¡no falla ni por casualidad!— el tren salta sobre el andén, arrasa los equipajes, derrumba la boletería, el comedor. Los vagones se trepan los unos sobre los otros. El furgón se acopla con la locomotora. No hay más que piernas y brazos por todas partes: bajo los asientos, entre los durmientes de la vía, sobre las redes donde se colocan las valijas.
De mi compartimento sólo queda un pedazo de puerta. Echo a un lado los cadáveres que me rodean. Rectifico la latitud de mi corbata, y salgo, lo más campante, sin una arruga en el pantalón o en la sonrisa.
Aunque preveo lo que sucederá, otras veces me embarco, con la esperanza de que mis presentimientos resulten inexactos.
Los pasajeros son los mismos de siempre. Está el marido adúltero, con su sonrisa de padrillo. Está la señorita cuyos atractivos se cotizan en proporción directa al alejamiento de la costa. Está la señora foca, la señora tonina; el fabricante de artículos de goma, que apoyado sobre la borda contempla la inmensidad del mar y lo único que se le ocurre es escupirlo.
Al tercer día de navegar se oye —¡en plena noche!— un estruendo metálico, intestinal.
¡Mujeres semidesnudas! ¡Hombres en camiseta! ¡Llantos! ¡Plegarias! ¡Gritos!...
Mientras los pasajeros se estrangulan al asaltar los botes de salvamento, yo aprovecho un bandazo para zambullirme desde la cubierta, y ya en el mar, contemplo —con impasibilidad de corcho— el espectáculo.
¡Horror! El buque cabecea, tiembla, hunde la proa y se sumerge.
¿Tendré que convencerme una vez más que soy el único sobreviviente?
Con la intención de comprobarlo, inspecciono el sitio del naufragio. Aquí un salvavidas, una silla de mimbre... Allá un cardumen de tiburones, un cadáver flotante...
Calculo el rumbo, la distancia, y después de batir todos los récores del mundo, entro, el octavo día, en el puerto de desembarque.
Mis amigos, la gente que me conoce, las personas que saben de cuántas catástrofes me he librado, supusieron, en el primer momento, que era una simple casualidad, pero al comprobar que la casualidad se repetía demasiado, terminaron por considerarla una costumbre, sin darse cuenta que se trata de una verdadera predestinación.
Así como hay hombres cuya sola presencia resulta de una eficacia abortiva indiscutible, la mía provoca accidentes a cada paso, ayuda al azar y rompe el equilibrio inestable de que depende la existencia.
¡Con qué angustia, con qué ansiedad comprobé, durante los primeros tiempos, esta propensión al cataclismo!... ¡La vida se complica cuando se hallan escombros a cada paso! ¡Pero es tal la fuerza de la costumbre!... Insensiblemente uno se habitúa a vivir entre cadáveres desmenuzados y entre vidrios rotos, hasta que se descubre el encanto de las inundaciones, de los derrumbamientos, y se ve que la vida solo adquiere color en medio de la desolación y del desastre.
¡Saber que basta nuestra presencia para que las cariátides se cansen de sostener los edificios públicos y fallezcan —entre sus capiteles, entre sus expedientes— centenares de prestamistas, que se alimentaban de empleados... ¡públicos!... y de garbanzos!
¡Saborear —como si fuese mazamorra— los temblores que provoca nuestra mirada; esos terremotos en los que las bañaderas se arrojan desde el octavo piso, mientras perecen enjauladas en los ascensores, docenas de vendedoras rubias, y que sin embargo se llamaban Esther!
¿Verdad que ante la magnificencia de tales espectáculos, pierden todo atractivo hasta los paisajes de montañas, mucho mejor formadas que las nalgas de la Venus de Milo?
El exotismo de las mariposas o de los mastodontes, los ritos de la masonería o de la masticación —al menos en lo que a mí se refieren— no consiguen interesarme. Necesito esqueletos pulverizados, decapitaciones ferroviarias, descuartizamientos inidentificables, y es tan grande mi amor por lo espectacular, que el día en que no provoco ningún cortocircuito, sufro una verdadera desilusión.
En estas condiciones, mi compañía resultará lo intranquilizadora que se quiera.
¿Tengo yo alguna culpa en preferir las quemaduras a las colegialas de tercer grado?
Aunque la mayoría de los hombres se satisfaga con rumiar el sueño y la vigilia con una impasibilidad de cornudo, quien haya pernoctado entre cadáveres vagabundos comprenderá que el resto me parezca melaza, nada más que melaza.
Yo soy —¡qué le vamos a hacer!—un hombre catastrófico, y así como no puedo dormir antes que se derrumben, sobre mi cama, los bienes, y los cuerpos de los que habitan en los pisos de arriba, no logro interesarme por ninguna mujer, si no me consta, que al estrecharla entre mis brazos, ha de declararse un incendio en el que perezca carbonizada... ¡la pobrecita!
viernes, 16 de diciembre de 2011
LA MISA DEL PESO
Para pedir un peso, ese que suele perderse bajo la alcantarilla, el tipo bajó la guardia y de rodillas, se acordó del tango que silbaba su viejo en plena ducha.
Una vez que logró el objetivo, ya no tan solo, fue hasta el mostrador de autoestimas y compró una ilusión por la que abonó 80 centavos. Mientras aguardaba el vuelto el técnico le dijo que precalentara.
“Pibe, te toca a vos. Hiciste méritos y ahora tenés la oportunidad para demostrar todo lo que sabés. Escuchame bien, metete por el medio y distribuí el juego hacia los costados...ah, acordate que perdido por perdido prefiero morir en una siesta antes que verle la cara a los hinchas si llegamos a perder.”
Puso los 20 centavos entre la pierna derecha y la media. El estadio comenzó a silenciarse. Pudo oír una voz ronca que recordaba a su madre, otra medio chillona que arengaba! Huevo... Huevo... ¡ y la risa burlona del alcanzapelotas!.
Hizo la cruz, miró el cielo mientras el botín derecho pisaba el césped.
Aplausos finos ( tibios hasta el fin ) bajaron desde las tribunas.
La primera pelota que tocó fue a los pies del goleador adversario quien corrió unos metros solo, amagó el centro y sacó un remate bajo, junto al palo del arquero que nada logró hacer.
Perdiste uno a cero y te quedan 20 centavos.
Ahora rezás por la suerte del resto. Dios es un enjambre de oportunidades a quién pertenecés por descuido. No existe ilusión tan barata; sin embargo (pensaste) vale la pena volver a intentarlo.
El tipo compró dos flautitas en la panadería de Don Sergio. Volvió al pasillo donde vivía y muy agotado se tapó con los diarios. Un sueño profundo lo envolvió en aquella madrugada. Soñó que le hacía un gol a la parca y que ésta pedía desesperada el fuera de juego.
Alguien de azul empujó al tipo.”Che, ciruja...a ver si te mandás a mudar de acá...vamo vamo..”
Ese pan viaja a través de sus intestinos como único heredero.
lunes, 12 de diciembre de 2011
DALÍ, El Dibujo. Por Bárbara Beraldi
Dibujo realizado por Bárbara Beraldi. Ella es dibujante y estudiante de Diseño Gráfico. Este trabajo está realizado con grafito. Una verdadera genia.
viernes, 9 de diciembre de 2011
CARTA A LOS HUMANOS - Por Lucas Martín Donadio
¿Viajaron en la extensa oscuridad del cosmos sin hallar una respuesta?
¿Por qué existimos?
Vivimos en un mundo donde la única motivación es la búsqueda de poder, de querer ser más que otro.
A lo largo de los años fuimos sometidos a líderes de todo tipo, demostrando ser una raza débil, con la necesidad constante de refugiarse, ampararse y entregarse a un ser “superior”.
Escuchen el canto natural…
Miren el sol, absorban su energía
Sientan el barro escurriéndose entre los dedos del pié
Perciban la frescura del viento rozando su piel
Descubran su hogar.
Adentren en el sendero sin nombre
Caminen con amor cada paso que dan
Revelen todo misterio detrás del disfraz
Sean su hogar.