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jueves, 28 de junio de 2012
LOS GRITOS por Carlos Ferreira
Cada vez que se grita
gol en este mundo,
un hombre muere de guerra,
de odio,
de hambre,
de soledad
o pena.
La cuestión es saber
si se trata de un grito posible
o si es absurdo.
Me remito al poeta:
Todos los gritos sirven,
depende desde qué lado
del horror se escuchen.
Carlos Ferreira
LAS MANOS por TED HUGHES
Dos manos inmensas
mecieron tu infancia.
Más tarde silenciosamente las mismas manos
te situaron en el lugar angosto
y te dieron de comer pastillas,
enguantadas para que no las reconocieras.
Cuando te despertaste en el hospital
conseguiste ayuda para reconocer
las huellas dactilares dentro de lo que hiciste.
No lo podías creer. Fue muy arduo
para ti creerlo.
Más tarde, dentro de tus poemas,
que llevaron como guantes, las mismas manos
dejaron grandes huellas. Igual que
dentro de tus cartas que eran un último reducto
y que llevaron como guantes.
Dentro también de aquellas palabras con que me golpeabas
que se movían más aprisa que tu boca
y que zumban aún en mis oídos.
Pienso a veces
que tú misma eras al final dos guantes
llevados por aquellas dos manos.
A veces pienso incluso que yo también
fui alcanzado, un entumecimiento de guantes
que llevaban aquellas manos mismas,
haciendo lo que necesitaban que se hiciera, porque
las huellas dactilares dentro de lo que hice
y dentro de tus poemas y de tus cartas
y dentro de lo que hiciste
son las mismas.
Huellas dactilares
dentro de unos guantes vacíos, aquí, éstos,
de los que tus manos han desaparecido.
mecieron tu infancia.
Más tarde silenciosamente las mismas manos
te situaron en el lugar angosto
y te dieron de comer pastillas,
enguantadas para que no las reconocieras.
Cuando te despertaste en el hospital
conseguiste ayuda para reconocer
las huellas dactilares dentro de lo que hiciste.
No lo podías creer. Fue muy arduo
para ti creerlo.
Más tarde, dentro de tus poemas,
que llevaron como guantes, las mismas manos
dejaron grandes huellas. Igual que
dentro de tus cartas que eran un último reducto
y que llevaron como guantes.
Dentro también de aquellas palabras con que me golpeabas
que se movían más aprisa que tu boca
y que zumban aún en mis oídos.
Pienso a veces
que tú misma eras al final dos guantes
llevados por aquellas dos manos.
A veces pienso incluso que yo también
fui alcanzado, un entumecimiento de guantes
que llevaban aquellas manos mismas,
haciendo lo que necesitaban que se hiciera, porque
las huellas dactilares dentro de lo que hice
y dentro de tus poemas y de tus cartas
y dentro de lo que hiciste
son las mismas.
Huellas dactilares
dentro de unos guantes vacíos, aquí, éstos,
de los que tus manos han desaparecido.
LA DUDA Por LUIS DUARTE
La razón por la
cual se cacarea en tiempos de SIDA,
tiene que ver con la necesidad de mostrar
nuestros aciertos,
sin la ventaja de poseerlos del todo.
Compañero amigo,
la causa nos reúne otra vez.
Parecernos será lo mas atractivo
y lo menos
convincente.
Pero si a todo esto le sumamos
la inconfundible letra O,
habremos
pasado a formar parte del bien.
La duda no tiene
límites,
por lo tanto nos justifica.
FOTOGRAFÍAS DE NAHUI OLIN
LOS DE LA BECA FULBRIGHT por TED HUGHES
¿Adónde fue, en el Strand? Había varias
noticias sueltas, con sus fotos.
No sé por qué me fijé en una:
los de la beca Fulbright
de ese año. Llegando,
o ya llegados. O de algunos de ellos.
¿Estabas vos en esa foto? La miré
al pasar, preguntándome
a quiénes llegaría a conocer.
Me acuerdo de ese pensamiento. No
de tu cara. Es seguro
que miré con cuidado
a las chicas. Quizá te vi.
Quizá te di un puntaje, algo aburrido.
Quizá noté tu largo pelo suelto y ondulado,
tu flequillo a lo Verónica Lake.
Y no lo que ocultaba.
Parecería rubio. Y tu sonrisa,
tu exagerada
sonrisa norteamericana,
para las cámaras, los jueces, los extraños, los asustados. Y después lo olvidé. Pero me acuerdo
de la foto: los de la beca Fulbright.
¿Con sus valijas? Me parece que no.
¿Habrían venido todos juntos? Yo caminaba,
arrastrando los pies,
entre el caliente sol y el asfalto caliente.
¿Fue entonces que compré un durazno?
Así al menos lo recuerdo.
En un puesto muy cerca de la estación.
Era el primer durazno fresco que probaba.
No podía creer lo rico que era.
Con veinticinco años, una vez más quedaba atónito
por mi ignorancia de las cosas más comunes.
noticias sueltas, con sus fotos.
No sé por qué me fijé en una:
los de la beca Fulbright
de ese año. Llegando,
o ya llegados. O de algunos de ellos.
¿Estabas vos en esa foto? La miré
al pasar, preguntándome
a quiénes llegaría a conocer.
Me acuerdo de ese pensamiento. No
de tu cara. Es seguro
que miré con cuidado
a las chicas. Quizá te vi.
Quizá te di un puntaje, algo aburrido.
Quizá noté tu largo pelo suelto y ondulado,
tu flequillo a lo Verónica Lake.
Y no lo que ocultaba.
Parecería rubio. Y tu sonrisa,
tu exagerada
sonrisa norteamericana,
para las cámaras, los jueces, los extraños, los asustados. Y después lo olvidé. Pero me acuerdo
de la foto: los de la beca Fulbright.
¿Con sus valijas? Me parece que no.
¿Habrían venido todos juntos? Yo caminaba,
arrastrando los pies,
entre el caliente sol y el asfalto caliente.
¿Fue entonces que compré un durazno?
Así al menos lo recuerdo.
En un puesto muy cerca de la estación.
Era el primer durazno fresco que probaba.
No podía creer lo rico que era.
Con veinticinco años, una vez más quedaba atónito
por mi ignorancia de las cosas más comunes.