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miércoles, 10 de octubre de 2012

JORGE TEILLIER - POEMAS -

PARA HABLAR CON LOS MUERTOS

Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan facilmente
como sus manos
reconocian el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como los pantanos a los fuegos fatuos.


Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un dia nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en un umbral.



                 POEMAS ANTES DE SER POEMAS


1
Aún quedan en el barro
pequeñas huellas del queltehue
muerto esta mañana.


2
Una locomotora de hojalata
abandonada entre malezas.
Una araña teje en ella su red
y sólo atrapa una gota de rocío.

3
Mosca,
que sobrevives al verano,
al fin tengo alguien con quien hablar

4
Nieva,
y todos en la ciudad
quisieran cambiar de nombre.

5
Un gato vagabundo
instalado sobre el cerco
es más grande que el parque y la casa señorial
extendidos detrás suyo.

6
Nos dejan de herencia
la Bomba.
Pero ella caerá
sólo sobre nosotros.

7
Los perros rodean en el patio
al invitado triste de los domingos.
Sólo los gorriones lo saludan.

8
Yo me invito a entrar
a la casa del vino
cuyas puertas siempre abiertas
no sirven para no salir.

9
Bajo una misma lámpara
unos escriben poemas
otros falsifican moneda.

10
Temo no verte más
cuando la pompa de jabón
que impulsas por la ventana
se lleva reflejado tu rostro.

EPÍLOGO


Tal vez nos queda contemplar el cielo.
Nunca estuvo entre nosotros.
Aun cuando la lluvia se escurrió entre los dedos,
y los dedos capturaron al humo en el sueño.
No sabíamos nada.


Lo miramos porque un amigo
nos reveló el nombre de una nube,
porque una muchacha nos pidió le eligieramos una estrella,
o a la salida de la fiesta
creyendo que su rostro nos libraría
de la falsa música y el vino.


Ahora nuestros ojos deben olvidar que lo vieron,
así el niño olvida su primer paso, y la luz olvida la obscuridad,
cuando duerme como una joven bajo la sombra de los castaños.




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