Heme aquí desnuda en la habitación de puertas blancas y ventanas rotas. El pelo enmarañado como la piel erizada por el viento que promete acariciarme una vez más. Bastante noche pero muy temprano para tenerle miedo a la oscuridad porque era ahí dónde más te gustaba besarme. Preferiría que esto fuera una de esas novelas malísimas donde se sabe qué pasa después: muerte o muerte, a veces sangre, gritos, llanto. Si fuera un personaje en una de esas actuaciones exageradas, preferiría salir corriendo, gritar corte y renunciar. Nada se grabaría tan simple, sin sentido.
Heme aquí insómnica, sedienta. Se escriben todas esas cosas que lastiman para luego reírse de ellas. A las doce se destila mejor el corazón pero advierto la resaca emocional del domingo. El día que no llega. Qué hacer con el tiempo perdido, preferible aplastarse en el sillón recordando todo aquello que no hicimos y nos falta por deshacer.
Heme aquí a la mitad en la sala de cortinas amarillas y postales marchitas. Jueves terrible y despiadado que atrasa el fin de semana. Recuerdo cuando esperé el momento donde los días me dijeran “ya te toca vivir”. Error. Prefiero quedarme en cama todo el día sobre una almohada con los ojos perdidos de cielos violetas. No es el pijama ni el café. Pereza impresionante de salir al mundo y temer pisar la acera como si estuviera regado ácido mortal.
Heme aquí que estoy desnuda, sin miedo, sólo vivir.
Fotografía: Thomas Babeau
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