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sábado, 30 de octubre de 2010

Tan solo una palabra

Yo bebía, crispado como un extravagante,
En sus ojos, firmamento morado que gesta un huracán,
El dolor que fascina y el deleite que mata.
Un relámpago… ¡y la noche otra vez!
                                                         Charles Baudelaire




Abro los ojos. Resucito otra vez a las inclemencias que me deparan las vicisitudes de un nuevo día.
Apago el despertador antes de que suene; sería demasiado molesto. La demanda de tiempo que me lleva prepararme para afrontar el día es mínima.
El sol ilumina los cristales de mi habitación. ¿Será demasiado tarde?
Es demasiado tarde.
Salgo apresurado de casa. La calle se encuentra desierta. Los árboles, el asfalto, los coches, todo toma ese color plomizo de la aurora. Me apoltrona su usura.
A lo lejos puedo, a gatas, divisar el número del colectivo que me llevara a la gran ciudad.
Lo paro y subo. La pequeña pantalla de la maquina de boletos me muestra el valor del dispendio que debo abonar por mi viaje.
Cuarenta y cinco minutos hasta mi parada. Demasiados rostros, historias, desánimos, melancolías, hastío. Nadie se mira,  pero a la vez me desarman con sus miradas. Todos mueren en una mueca de dolor. No puedo entender como puedo compartir con toda esta gente más tiempo que el que paso con las personas que amo.
Llego por fin a mi destino. La gran ciudad me ofrece un panorama totalmente diferente. Aquí la gente se cuenta por decenas. Las calles se trasforman en ese gran vehículo que lleva y trae hacia ninguna parte y en donde ya no tengo la esperanza de encontrar a nadie.
Veo las gigantescas letras de los avisos publicitarios que contaminan paredes quitándoles identidad.
Sin preverlo la aglomeración de personas me arrastra a la boca del subte. Dentro de las entrañas de la ciudad la situación se pone peor. Mi libertad se resume a la voluntad de los demás. El aliento, el roce, sus vestidos, todo tiene un sabor amargo.
Por un instante logro ver a una mujer. Un recreo para mis ojos. Entre sus manos tiene un chelo, el cual ejecuta con soltura. El instante en que paso a su lado es ínfimo pero me hace recordar lo mucho que me atraen las mujeres violonchelistas, será por ese compromiso sexual de disponer el instrumento entre sus piernas, supongo.
Otra vez en el exterior.
Entupido de mí que todavía intento recibir una bocanada de aire fresco.
Aun más gente. Cada transeúnte se suma a otro y el trancito de personas se convierte en un tenpestuso rió que me ahoga. La vorágine me fastidia, los colores me saturan, el humo y el esmog me embriagan. Me refugio en el anonimato y trato de enconar un cómplice.
De pronto, una mirada me encuentra….
Nunca pensé que una mirada ajena pudiera despertar tal sentimiento en mí.
Es una mujer.
Durante ese segundo de fascinación discierno entre dos actitudes a tomar: seguir mirándola, lo cual equivaldría a cristalizar una relación amorosa, o bajar la mirada, y en un segundo igual de efímero que el que nos hizo conocer, perderla para siempre.
Nos seguimos mirando, pero es ella la que en un instante me pierde de vista. Nunca más en nuestras vidas nos volveremos a ver…
Si solo me hubiese apresurado en llegar. Si hubiésemos intercambiado una palabra. Oír ese sonido que me saque de esta inmunda existencia, en donde todo existe para los ojos y nada para los oídos. Una palabra que haga brotar todo un bosque de otras palabras. Una palabra que corte con el progreso urbano de ensordecer nuestras almas. Tan solo una palabra.
     

martes, 19 de octubre de 2010

Algunos años atrás en Bahía. Fotos de Juan Franco


La fotografía corresponde a Dona Helena, es una señora de Salvador de Bahía, super genial, que le gritaba todo el día a su marido, pero de trato muy afectuoso con el fotógrafo.



Una chica con discapacidad, también habitante de Salvador de Bahía. Una persona mas que dulce según el testimonio de Juan.


Un agua y un estado fetal en la bahia, un agua vital que se proyecta desde el seno materno e implica y nos hace sumisos del pensamiento y del amor.




Finalmente una estatua del recoleta. Según Juan las estatuas, las imagenes hacen eterno los suenos de los entes finitos, ya muertos, pero el impacto del deseo de la vida eterna, presente en todos los transeuntes que visitan ese  lugar.



jueves, 14 de octubre de 2010

DOS VIEJOS

Con un marcado sentido de la gloria a cuestas, se calzó el único punto que le faltaba zurcir.
Está por llegar a la meta incorrecta mientras pedalea. Hay dos viejos detrás que quieren darle alcance. Los observa. Ya son tres los puntos que no se sacan ventaja alguna. Se extrañan, se entienden bien y se necesitan más.
Competir, a esta altura, es no auto flagelarse.
Cuando está por llegar al primer cerro, disimula euforia o contagio de circos. La disfraza con movimientos pendulares donde su cuello hace las veces de banderín perdido.
Cayó en la cuenta que lo mató la llanura de la chatura. Lo supo desde el día en que la besó sin miedos. Ahora busca despegarse de los viejos. La meta se aleja presurosa de recuerdos. Uno de los viejos le tira una trompada. Cae sin consecuencias y el ruido hace que se espanten quienes querían alcanzar a los viejos. El otro levanta del piso el rostro de su amigo.
Es en ese momento cuando se unen las puntas. Mira al cielo. Desde las más encumbradas alturas, un rayo destruye al otro viejo. Mientras tanto él sigue pedaleando. Jamás puso tanto en juego. Al fin de cuentas el punto de partida siempre puede ser el mismo…y otra vez solo y con dos viejos detrás…


Luis Duarte
Marzo 2007  

lunes, 11 de octubre de 2010

UN POEMA MINA LOY



No hay vida ni muerte,
sólo actividad,
y en lo absoluto
no hay mortandad.
No hay amor ni deseo,
sólo tendencia a
Quien quiera poseer
es una no entidad.
No hay primero ni último,
sólo igualdad,
y quien quiera dominar
es uno más en la totalidad.
No hay espacio ni tiempo,
sólo intensidad,
y las cosas dóciles
no tienen inmensidad.

viernes, 1 de octubre de 2010

BORROSO

Una espesa niebla le da la bienvenida a los mediocres,
que de tanto hablar de lo que pasa arriba,
se olvidan del piso que los sostiene.
Las alondras vuelan rasantes,
porque le temen a los relámpagos del alma.
¿Hasta dónde se puede creer que estas lágrimas,
que rompen en el acantilado,
surgen de las tinieblas de tu corazón?
O bien se trata del sudor frío,
que te genera el levantar la frente a la altura de la mirada.
Un grupo enorme de títeres,
con hilos manchados con sal negra.
Títeres con ojos pintados con témpera,
pero sin mirada ni temperamento.
La transacción de un dios,
incierto y engañoso, como todo dios,
no es ventajosa para ninguna parte.
Ni para los que pagan por estar,
ni para los que cobran por sostener.
La mentira y la vanidad tienen puesta en escena.
Un cementerio derrama en el césped,
recuerdos malignos de muertos nobles.
Hasta aquí llegaron los cortejos
de sonrisas que adivinan una inmoralidad.
Hasta la montaña trepan los corazones
de las personas reales que buscan escapar.
No quedan demasiadas salidas.
Más bien sobran las entradas,
donde un puñado se agolpa para no ingresar.
Pocos alcanzan a ver que ya están adentro.
No obstante un niño yace en la ruta,
y lo que más nos incomoda, sucede cerca y nos distrae.
Nos molesta.
Es mejor empezar el día por el final.
Dar vuelta las cosas,
y que el comienzo sea la lápida
que ilumina el fin de nuestros caminos.
                                     
                                    Walter Gómez
                                        04/06/06