El padre estaba en la cocina y podía oírlas jugando con el bebé.
— ¿A quién quieres tú, bebé? —dijo Phyllis y le hizo cosquillas en la barbilla.
— Él nos quiere a todos —dijo—, pero a quien en realidad quiere es a papá, ¡porque papá es un niño también!
La abuela se sentó sobre el borde de la cama y dijo:
— ¡Miren su bracito! Tan gordo. ¡Y esos deditos! Como los de su madre.
— ¿No es encantador? —dijo la madre—. Tan sano, mi niñito —y se inclinó sobre la cuna, besó al bebé en la frente y tocó la frazada sobre su brazo—. Nosotros también te amamos.
— ¿Pero a quién se parece, a quién se parece? —gritó Alice, y todas se acercaron alrededor de la cuna a ver a quién se parecía el bebé.
— Tiene bonitos ojos —dijo Carol.
— Todos los bebés tienen bonitos ojos —dijo Phyllis.
— Tiene los labios de su abuelo —dijo la abuela—. Miren esos labios.
— No sé —dijo la madre—. No podría decirlo.
— ¡La nariz! ¡La nariz! —gritó Alice.
— ¿Qué pasa con la nariz? —preguntó la madre.
— Parece como la nariz de alguien —respondió la niña.
— No, no lo sé —dijo la madre—. No lo creo.
— Esos labios... —murmuró la abuela—.Esos deditos —dijo, destapando la mano del bebé y separando sus dedos.
— ¿A quién se parece el bebé?
— Él no se parece a nadie —dijo Phyllis. Y se acercaron todavía más.
— ¡Lo sé!¡Lo sé! —dijo Carol—. ¡Se parece a papá! —Entonces miraron más de cerca al bebé.
— ¿Pero a quién se parece papá? —preguntó Phyllis.
— ¿A quién se parece papá? —repitió Alice, y todas a la vez miraron hacia la cocina, donde estaba el padre sentado a la mesa, con la espalda hacia ellas.
— ¡Pero, nadie! —dijo Phyllis y empezó a llorar un poco.
— ¡Silencio! —dijo la madre y apartó la mirada, y luego la volvió hacia el bebé.
— ¡Papá no se parece a nadie! —dijo Alice.
— Pero él tiene que parecerse a alguien —dijo Phyllis, enjugando sus ojos con una de las cintas. Y todas excepto la abuela miraron hacia el padre, sentado a la mesa.
Había vuelto su silla y su rostro estaba blanco y sin expresión.
— ¡Pero, nadie! —dijo Phyllis y empezó a llorar un poco.
— ¡Silencio! —dijo la madre y apartó la mirada, y luego la volvió hacia el bebé.
— ¡Papá no se parece a nadie! —dijo Alice.
— Pero él tiene que parecerse a alguien —dijo Phyllis, enjugando sus ojos con una de las cintas. Y todas excepto la abuela miraron hacia el padre, sentado a la mesa.
Había vuelto su silla y su rostro estaba blanco y sin expresión.
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