Sos una chica
formidable, dijo Oscar metiendo toda la cara en el pelo de Gladis, vos misma no
sabes lo formidable que sos. No tengo la menor idea, dijo Gladis sorprendida de
veras, pero no me despeines por favor, hay un artículo terrible del reglamento
interno. Te quiero mucho y sos formidable, insistió Oscar, y cómo le hubiera gustado
ponerla del lado de la luna llena, decirle eso que no sabía cómo decirle porque
Gladis se hubiera quedado mirándolo, algo como tené cuidado cuando des el
salto, o ahí arriba está lleno de vidrios rotos, ¿no los ves brillar?,
realmente estaba un poco neura porque la cosa se volvía obsesiva, era idiota y
hasta peligroso, sobre todo la idea de dar el salto, de trepar a la tapia llena
de vidrios y ganar el camino de tierra, dejar atrás el asilo, de ver nada menos
que a Gladis entre las muchachitas enloquecidas huyendo de a dos o de a tres,
clamando y alentándose, sosteniéndose para escalar la tapia, la negrita se
había quitado el camisón para echarlo sobre los vidrios, pasen por aquí, yo me
tiro primero, dale la mano a Marta, no ves que no alcanza, espera que yo me trepo primero, vaya a saber si había luna llena esa noche, en
realidad fue la oscuridad lo que les dio
la chance de huir, parece, ya no me acuerdo bien pero por qué, entonces, voy a
tener que cuidarme, hermano.—Esta noche quiero estar con vos —dijo Oscar—,
supongo que me dejarán tranquilo hasta mañana después de la emocionante
ceremonia. ¿Qué pasa en París, vos ya tenés hotel allá o qué?—Nosotras las
otesdelér llevamos una vida sumamente morigerada —explicó Gladis muerta de
risa—, de manera que el caballero se buscará un hotel por su cuenta. Recibió
ronroneando el beso en la oreja, la caricia que resbalaba bajo la blusa, sintió
toda separación de aguas, hijita querida, es que sólo los ingenuos creen que se
corta con cuchillo, que esto queda aquí y esto allá. Desde luego no entendes
una palabra de lo que te estoy diciendo, polaquita.
—Cómo querés que
te entienda —murmuró Ludmilla acercándose y metiéndome las manos en el pelo
hasta que sus uñas me rascaron como a un gato, cosa que siempre me ha producido
un placer extremo—, si empezás a hablar al final del túnel, pájaro espantoso. Y
sin embargo mira si soy inteligente, yo creo que te sigo y que no necesitas
sacar el mapa Michelin.
—En sí no es
difícil, Ludlud, estaba pensando que el problema de elegir, que es cada vez más
el problema de este roñoso y maravilloso siglo con o sin el maestro Sartre para
ponerlo en música mental, reside en que no sabemos si nuestra elección se hace
con manos limpias. Ya sé, elegir es mucho aunque uno se equivoque, hay un riesgo,
un factor aleatorio o genético, pero en definitiva la elección en sí tiene un
valor, define y corrobora. El problema es que a lo mejor, y estoy pensando en
mí, cuando yo elijo lo que creo una conducta liberatoria, un agrandamiento de
mi circunstancia, a lo mejor estoy obedeciendo a pulsiones, a coacciones, a
tabúes o a prejuicios que emanan precisamente del lado que quiero abandonar.
—Blup —dijo
Ludmilla que siempre decía eso para alentarme.
—¿No estaremos,
muchos de nosotros, queriendo romper los moldes burgueses a base de nostalgias
igualmente burguesas? Cuando ves cómo una revolución no tarda en poner en marcha
una máquina de represiones psicológicas o eróticas o estéticas que coincide
casi simétricamente con la máquina supuestamente destruida en el plano político
y práctico, te quedas pensando si no habrá que mirar de más cerca la mayoría de
nuestras elecciones.
—Bueno, más que
mirarse el ombligo como estás haciendo vos, lo que habría que intentares una
especie de superrevolución cada vez que se dé el caso, y estoy de acuerdo en
que seda todos los días.
—Claro que sí,
Lud, pero habría que mostrar mejor esa infiltración de lo abolido en lo nuevo,
porque la fuerza de las ideas recibidas es casi espantosa. Lonstein, que como
sabes ha hecho un arte de la masturbación aunque creo que nunca te habló del
asunto, me mostraba un texto científico Victoriano con la descripción de los
síntomas del niño pajero, que es exactamente la que nos hacían nuestros padres
y maestros en la Argentina
de los años treinta. Cara ojerosa, piel amarillenta, palabra tartamudeante,
manos húmedas, mirada débil y evasiva, etcétera; el cuadro persiste seguramente
hoy en la imaginación de mucha gente, aunque la mutación generacional no
tardará en liquidarlo. Lonstein se reía porque no solamente él no respondió
jamás a ese cuadro entre los once y los quince años, sino porque se acuerda muy bien de que en ese entonces
se consideraba una excepción milagrosa y estaba contentísimo de que su viejo no
pudiera pescarlo por ese lado; es decir que si te fijas bien, en él había
finalmente una aceptación del cuadro clínico tradicional que lo llevaba a imaginar
su caso como una excepción privilegiada.
—Yo una vez a los
once años me masturbé con un peine —dijo Ludmilla—. Carajo, casi acaba mal,
debo haber estado loca.
—Los peines son
para que los niños buenos les pongan un papel de seda y entonen alegres melodías,
no se te olvide. Y ya que estamos en la sexología, el libro en cuestión alude a
otra cosa que siempre me llamó la atención en las novelas libertinas de Sade
para abajo, y es la historia de la supuesta eyaculación en las
mujeres/¿Eyaculación en las mujeres?/Eso, querida, se diría que nunca leíste Juliette o su numerosa progenie.-
-Sí, bueno, no Juliette, no porque no la conseguí, pero sí Justine.
-Es lo- mismo en bastante
menos, pero también allí las mujeres
eyaculan, y las razones profundas de esta convicción compartida por todas las eminencias
médicas de la época es otro problema que toca a la discriminación sexual y a la
primacía de un mundo masculino que se
vuelve modelo a imitar, y así la mujer acepta o acaso inventa una eyaculación
propia que a su vez el hombre da por supuesta desde el momento que es él
quien impone el modelo./Las cosas que sabes./Yo no, un tal Steven Markus que es un águila, pero no se trata de eso
sino que un día hablando con un violinista francés amigo de confidencias
libidinosas, me contó de una de sus amantes, una caucásica misteriosa llamada
Basili que, y me dijo que hacía el amor con tal frenesí que al final eyaculaba
de una manera que le dejaba los muslos completamente empapados./Blup./Date cuenta,
ese muchacho sabía mucho más que yo de mujeres y sin embargo parecía creer que Basili
que era tan sólo la manifestación suprema de algo que él daba por supuesto en
todas ellas. No me animé a plantearle el problema pero ya ves cómo ciertas
creencias pueden saltar la barrera y seguir actuando del lado opuesto, nada
menos que en un tipo que se las sabe todas. Me pregunto si las cosas que
quisiera cambiar en mí no las estoy queriendo cambiar sin que en el fondo nada
cambie gran cosa, si cuando creo elegir algo nuevo mi elección no está regida
secretamente por todo lo que quisiera dejar atrás.
—En todo caso
elegís, y cómo —dijo Ludmilla, y se la sentía como un trapito que se va plegando
en dos, en cuatro en ocho. La besé y le hice cosquillas, la apreté hasta que protestó,
siempre pensando, siempre hablando, siempre Andrés duplicado, salido de él
mismo, besándome, haciéndome cosquillas, apretándome hasta que protesto, siempre
pensando, siempre hablando, escúchame, Ludlud, ya sé que todo esto es Francine,
escúchame, Ludlud, yo salgo a buscar,
necesito salir a buscar, entonces Francine o aquel viaje a Londres en que te
dejé plantada porque tenía que estar solo, pero todo estaría en saber si
realmente busco, si salgo a buscar de veras o si no hago más que preferir mi herencia
cultural, mi occidente burgués, mi pequeño individuo despreciable y
maravilloso.
—Ah —dijo
Ludmilla—, ahora que lo decís yo no creo que vos hayas cambiado gran cosa desde
que empezaste a salir, como decís. Más bien al revés, entonces quod eramdemostran-dum,
toma.
—Hm —dijo Andrés
buscando la pipa, lo que en él era siempre una técnica dilatoria—.¿Por qué
entonces has cambiado vos?
—Porque me
decepcionas, porque sos inautèntico, porque en el fondo sabes muy bien que no
querés cambiar nada, que esa pipa será siempre tu pipa y guay del que se meta
con ella,y al mismo tiempo estás dispuesto a hacer pedazos esta casa de la
misma manera que estarás haciendo pedazos la de Francine, porque cada golpe
allí o aquí repercute viceversa sin que necesitemos telefonearnos para saber
las novedades.
—Sí —dijo Andrés—,
sí, Ludlud, pero son dos casas, y siguiendo tu metáfora trata de comprenderme,
dos casas son dieciséis ventanas y no ocho, son un gusto diferente de las salsas,
una luz que mira al norte y otra al oeste, esas cosas.
—A vos en todo
caso no te está sirviendo de mucho tu ubicuidad y tus dieciséis ventanas, vos
mismo lo estás sospechando, pero entre tanto hay cosas que ya no serán nunca lo
que fueron.
—Quise que
comprendieras, esperé una especie de mutación en la forma de quererse y entenderse,
me pareció que podíamos romper la pareja y que a la vez la enriqueceríamos, que
nada tenía que cambiar en los sentimientos.
—Nada tenía que
cambiar —repitió Ludmilla—. Ya ves que tu elección no quería cambiar nada
profundo, era y es un juego, lujoso, una exploración alrededor de una
palangana, una figura de danza
y otra vez de pie en el mismo
sitio. Pero en cada salto has roto algún espejo, y ahora salís con que ni
siquiera estás seguro de que los rompes por cambiar algo. No hay mucha
diferencia entre Manuel v vos.
—Una cosa es útil
en esta conversación, polaquita, y es que vos la desacralizás rápidamente, la
traes del lado de Manuel, por ejemplo. Tenés tanta razón, yo problematizo al cuete, y para peor dudo del problema mismo. No
me tengas lástima, sabes. Ludmilla no dijo nada pero me pasó una vez más la
mano por la cara, casi sin tocarme la piel, y era algo que precisamente se
parecía tanto a la lástima. En fin, cómo saber cuál de las dos me tenía más
lástima porque también Francine se quedaba mirándome de a ratos como alguien
que quiere consolar y se dice que es inútil porque no hay ni siquiera desconsuelo,
hay esa otra cosa sin nombre que yo no puedo dejar de buscar o de ser, y así da
capo al fine.
Dije fragmento no todo el libro xdxd
ResponderEliminarSi yo también
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