Te necesito aquí en algún lado. Te espero toda mi vida. Toda, todita. No me importaría morir esperando porque eres un fantasma en la calle. Un desconocido próximo.
Así
debería ser el amor: como un milagro en cada esquina. El corazón acelerado y un
rubor infernal. No puedo con tu vida porque sobrepasa la mía. No necesito nada
de ti porque me bastan los besos que no me has dado. No me interesa nada de ti.
Busco tu alma defectuosa, equilibrada en forma de triángulo, donde pueda dormir
las eternidades que me plazcan. El ahora ya no sirve de nada; te invito a
vivirnos en algún rincón del mundo donde la lluvia crezca como margaritas y el
cielo sea un cristal blando que se rompa cada vez que alguien ría
desaforadamente como tú y yo.
Tú como todas las tardes de abril, entre una
melancolía y el calor desesperante que agita la piel debajo de los estorbos del
corazón. Los otoños jamás habían sido tan memorables como cuando reconocí tu
mente alocada y tu manera de contar cuentos en un dos por tres. Sin embargo
sigues lejano, distante. No advierto la distancia estúpida entre lo que uno
quiere y se desea. Porque de algún modo también te extraño. Y no te conozco, te
juro que no.
Llegarás así, al filo de mi imaginación, inaudito y sutil. No hay
temor ante cualquier adversidad desamorosa. Qué más importa sufrirte y amarte
al mismo tiempo. Sería un placer quererte a todas horas y jamás aburrirme de la
plática trillada ni el mismo apodo todos los benditos días de éste, tu mundo,
tan mío y pasajero. Nos va a comer el tiempo. Lo sabemos. ¿Qué más da? Al
diablo los poetas, los músicos, los matemáticos, los intelectuales. Al diablo
todo aquello que tiene una etiqueta. Jamás te llamaría amor dentro de un
espacio público o en la recámara que compartiríamos hasta la muerte. El amor se
acaba. Pero ¿Tú?, que aun prohibido te quejas de las palabras rebuscadas y el
ego que no sirve de nada. Desde ese día que no llega estoy enamorada de ti. En
cambio, no te existo, soy un sueño más en tu cabecera junto al libro que te
atrapó desde que la protagonista se parece tanto a una conocida que te quiere
apasionadamente. Loca, de seguro, con tantas ganas de vivir. Con tantas ganas
de dejarte sin aliento tras ir arrastrando una palabra amorosa entre los labios
que no dejarían de sonreírte solo si tú me lo pidieras.
Y si existieras, ay,
¡qué daría yo por conocerte mañana! Dejarías de ser tan prohibido como el
pastel de chocolate que Eva no encontró en el Edén. Así vas en tu camioneta,
cantando que los últimos días te hacen bien y esperas demasiado de ellos, me
pregunto, ¿Tú también me esperas a mí? Esa no es la respuesta. En cambio, ¿Te
conoceré algún día, en otro lado? Sigues cantando aunque ambos somos mudos y
prefieres creerte daltónico porque mi amor es más rojo que un semáforo a media
calle, esperando que pase el amor y se estrelle contra él, accidentalmente…
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