En una calle de esas, las finas, en pleno microcentro, en el interior de una casa de esas, oscuras, al anochecer se enciende un televisor. Se enciende con ese ruido de descanso mental, ese, que hace que ellos no piensen en nada. Y en todo.
Cortinas transparentes, líneas negras. Una ventana que se cierra y una sonrisa de costado en la cara de un hombre endemoniadamente llamativo.
Ella lo mira desde la cama, acostada y con las sábanas, siente que se rasca la espalda. Pero, sólo es un revuelque, un refriegue del que sabrá ella el motivo. Nunca ha dejado de mirarlo.
Él se acuesta, siempre en los ojos de ella. Ella lo sigue mirando. Luego se desvían esos cuatro ojos habladores, empiezan a respirar cada vez más cerca.
Cuando sus ojos (los de ella) tocan la piel de él, dentro de ella se enciende otra cosa, una cosa muy distinta al estallido silencioso que antes escupía el televisor.
La mujer se llama Sofía. Sofía, tiene su filo hacia adentro.
La mujer lo mira entonces. Se enciende eso que antes dije. Se ve en su rostro, si se observa, un amor que la contiene, que parece que la inunda, y despacio apoya su cara en su cara, la del hombre. En varios puntos que en macro parecen uno, se tocan su piel y su piel. Y ella cierra los ojos tranquilos, pero por dentro, esos círculos blancos se desarman en miles de círculos minúsculos y del mismo color, que se mueven como luces intermitentes desesperadas, revoltosas. Y mientras gritan fluorescen. Parecen hormigas rojas mutantes. Parece que le están por descarnar los párpados. Pero nada de eso se distingue por fuera de toda ella. Simplemente vemos, desde aquí, un movimiento rápido y sutil, que son sólo contracciones normales del mundo cavernícola ocular.
Mientras la piel de él toca la piel de ella, y los sentidos de ella aceleran su corazón, y su corazón enloquece al mundo minúsculo cavernoso blanco y pegajoso en el que habitan sus ojos, se puede distinguir también, una presión dirigida.
El punto (los puntos) en que se tocan piel con piel, parece dulce y amoroso. Pero, acerquémonos: distingan el imperceptible temblor. Ella presiona. Ella presiona con odio al posible derrumbe de su hombre.
Tanto lo ama, que le pide con la misma fuerza que no la decepcione.
“Esta mujer debería entender que la decepción -y como todo-, nace de uno mismo, que a ningún lado se llega si al otro se le pide “no hagas que mi sueño se caiga” ¡PulpoMeteculpas!
El otro, mujer, no ve el mundo que se esconde detrás de esas cavernas. Así es que tampoco ve tu castillo, ni cómo se derrumba.
¡Mujer pecera, altanera, de luces y borceguíes!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario