En esa época ella era una paloma y vivía dentro de un
número. Vivía dentro del número cinco, más específicamente. Siendo un ave,
Buenos Aires no ofrecía demasiadas ofertas laborales, así que no podía darse el
lujo de pagar el alquiler de un número con unidad y decena. Ni que hablar de
esos lugares enormes y lujosos que eran los números con unidad, decena y
centena. Solamente los había visto en las revistas.
Trabajaba (de paloma, claro) en alguna de las plazas
de la ciudad. Estuvo mucho tiempo rotando de plaza, hasta que por fin la dejaron
fija en plaza de mayo. Era muy feliz trabajando allí. Le gustaban los
atardeceres en la ciudad, y la gente que iba y venía todo el
tiempo.
Había una
sola cosa que lograba disgustarla del todo. Odiaba esa época del año en que aparecían las golondrinas. Lo único
que esas malvadas criticonas sabían hacer era arruinarle las tardes de
verano.
Las palomas y las golondrinas tenían una
animadversión mutua desde hace años y años. Las palomas les recriminaban a las
golondrinas la falta de libertad y las golondrinas las acusaban a su vez de ser
poco organizadas y poco solidarias entre ellas.
Las palomas siempre desconfiaron de las golondrinas por estar
sindicalizadas y las acusaban de cooperativistas. Se consideraban a sí mismas
más inteligentes e independientes, y capaces de cuidarse a sí mismas sin
molestar a las demás.
Por las noches, ella volvía a su cinco. No era muy
elegante, pero le encantaba su pequeño número. Dentro del seis vivía un mago que
era su mejor amigo. Bah, en realidad no era un mago, sino un conejo. Había sido
conejo de mago durante muchos años y las presiones de la carrera terminaron por
crearle un conflicto de personalidad que se fue agravando con el tiempo. Se
volvió loco del todo el día en que, en medio de su delirio, quiso ser él quien
saque al mago de la galera y lo despidieron.
Cuando llovía, el conejo se venía a dormir con ella
en el cinco porque le temía a los truenos y al viento que golpeaba las ventanas
del número seis. Era una de esas noches de lluvia, cuando la paloma le confeso a
su amigo conejo el secreto que había escuchado, un poco sin querer y un poco
a propósito, esa misma tarde.
No era ingenua. Sabía que desde hace tiempo estaban
pasando cosas extrañas. Conocía el aire de la ciudad más que a sus propias
plumas y sentía el clima enrarecido de los últimos tiempos.
Se lo contó todo al conejo. Unos señores de uniforme,
estaban teniendo unas reuniones secretas en las que estaban planeando asesinar
al presidente. Ella lo conocía y le parecía un hombre bueno y carismático. Le
caía muy bien (sobre todo cuando sonreía). Estuvo cerca de él durante largos
años y vio muchas veces la plaza llena hasta el tope cuando ese señor se asomaba
al balcón.
Estaba muerta de miedo y no sabía que hacer. El
conejo, pese a haber perdido la razón hace años, le daba siempre los mejores
consejos. Le advirtió que para estas cosas no hay trucos de magia, y que tendría
que ser valiente. Juntos decidieron que lo mejor era tratar de advertir al
general de la sonrisa, lo que estaban planeando en su contra.
A la mañana siguiente y haciendo gala de toda su
destreza en el arte de volar, se coló en el despacho de aquel a quien debía
advertir. Pero todo el esfuerzo fue inútil. El general había cambiado la sonrisa
por una mueca de preocupación. Ya no hablaba alzando la voz como cantando, ni
gesticulaba con las manos. La paloma entendió que había cosas que estaban
cambiando para siempre. El general ordeno que la sacaran del despacho y se
encontró de nuevo en el aire frío de junio. Se dio cuenta de que el clima
enrarecido se había instalado en la ciudad para quedarse por tiempo
indeterminado.
Las golondrinas podían acusarla de lo que fuera, pero
había cosas que ella tenía muy claras. Estaba absolutamente convencida de que
era injusto que alguien sea víctima de la violencia solo por el trabajo que
realiza. Es como si quisieran matarla a ella solo por ser
paloma.
Entonces pensó en una sola cosa. Tenía que salvar lo
único que ella capaz de defender en ese momento. Se odio a sí misma por no
disponer de más recursos para advertir al general de la sonrisa, pero sentía el
deber de salvar por lo menos a sus compañeras.
Al la mañana siguiente, la plaza amaneció desierta de
palomas y con el cielo gris. El bombardeo de la aviación naval cayó sobre la
plaza hiriendo y asesinando inocentes; y ella lo escucho todo desde el número
cinco. Lloro en silencio por lo que no pudo evitar, pero se alegro en su
interior de haber podido salvar a las demás. Pensó en que tal vez las
golondrinas tenían razón, después de todo.
De la suerte que corrió la paloma después de ese
junio, hay más de una versión. Algunos dicen que el general de la sonrisa se la
llevo con él cuando dejo el país. Otros dicen que por el tremendo acto heroico
de salvar a todas las palomas de plaza de mayo, se transformó en humana y ahora
es enfermera en un hospital para poder ayudar a las personas.
Pero hay quienes juran que no se transformo en
humana. Cuentan, con una media sonrisa entre labios, que en realidad solo muto
de animal y ahora es pingüina. Dicen, también, que sigue trabajando por la misma
zona.
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