Que se jodan los que me arruinaron la vida. Yo no veía la hora de que me las pagaran. Ahora se me hizo, me desquité de una; en vez de puñetazos para ensartar toda la bronca fue algo grande y no es una macana, como usted dice. Las cosas uno va y las hace.
Me gusta eso de contarle. No soy culpable, hice justicia ¿por qué no se
miran ellos? Narices para arriba, oliendo…usted me entiende. Me agarraban todas las veces porque yo me les
agachaba y era más chico, cobardes; soy
chico de tamaño, de edad , grandecito. Tengo 30 años , no estoy para dar
vueltas con inútiles.
Mi papá tiene razón con eso
de defenderse, no hay que dar ni una; cretino de padre le tocó a este pobre, milico intolerante que toda la vida lo trató
para el demonio y ahora lo deja en manos de la defensa del Estado teniendo plata; no se concibe; yo lo
tengo que declarar culpable. Ni un perito fue capaz de verle la paranoia . Como está bien orientado en tiempo y espacio.. . Si
no hay plata no les interesa. Las pericias no dan para inimputabilidad ¿ Qué
hago yo que sólo me puedo atener a las pruebas, cinco chicos, 4 docentes y tres
administrativos , para colmo del Jardín La Gracia de María, el más paquete del barrio de Belgrano; uno tiene sus presiones, es complejo, la gente
cree en eso de la imparcialidad pero yo no sé cómo encarar el asunto.
“Andá,
andá, disfrutá del cielo azul y
los malvones rojos , la vida se escapa, tonto”, me decían mi papá y una tía; la pobre se quedó
muerta, un día, en la cama, mirando para la ventana.
Las
chicas me miraban raro. Un día, justo cuando le hablé a una me entró una basura en el ojo; me retorcí como una víbora. ¿Qué, a la tierra se le daba
la gana de tragarme antes de tiempo? Me vino el tartamudeo; la piba no sabía cómo disimular la cagada de
risa.
Flor de maraca, que tanto trabajo me costó
cuidarlo, solo, con una madre que se mandó mudar cuando él tenía tres años, la muy guacha. Nunca se hizo cargo con
la excusa de que yo le pegaba. La realidad es que vio cómo venía la mano; el
nenito normal nunca fue, pero yo lo quise educar como a un hombre; de chico ya
lo llevaba al Tiro Federal, para que se acostumbrara a los ruidos fuertes. En
cuanto tuvo doce o trece le enseñé a
tirar y fue lo único que aprendió muy bien. En el secundario quedó debiendo
algunas materias de primero y nunca las dio.
Y ahí estaba, siempre en mi cuadra. Charlaba con los reos y los
linyeras. Ellos no decían de dónde lo
fueron a sacar a ése. En toda mi vida
fueron los únicos que me dieron bola.
Desde el asunto del Tiro quise vengarme de lo peor,
pero antes que eso, mejor dicho después,
hubo otras cosas, dejé el plato fuerte para el final.
En la escuela, cuidado con quien hablaba, a ver si querían hacerse los ranas. No me daba
con nadie por miedo a que me tuvieran
junado; a cada rato me llamaba la
maestra, qué iba a hacer, un hombre solo
con un hijo anormal y_ cosas del trabajo_ a un militar se lo traslada y no
puede ir cargado con la familia a todas partes. En una oportunidad me tuve que
ir seis meses y lo dejé con la sirvienta, no me quedaba otra. Cuando volví lo
encontré cambiado para peor. En el
colegio me hablaron de asistente social; soy un oficial de la Fuerza, no podía
permitir esa intervención y que se enteraran. Tenía trece y dije mejor le
enseño y eso lo aprendió fenomenal, claro que después ya hubo que salir del
Tiro Federal. Íbamos a campo abierto. Yo tenía todo tipo de armas y las
conservo. Hace un par de años me retiré para estar tranquilo y sale con esto,
ganas de estropearme la vida; para colmo
no se puede hablar ni con el padre ni con el hijo, es teléfono roto al divino
botón, tras que yo no puedo estar con ellos, me expongo y no consigo nada. Quiero
que muestre arrepentimiento, ya que no se pudo conseguir la insania. Sí sabe y
se complace en la criminalidad del acto, hasta lamenta no haberlo hecho antes.
No sé qué me pasa con este chico, me duele. Tengo sesenta y cinco años y un hijo de la
misma edad. También le encantan las armas; en mi casa hay unas cuantas que no
deberían estar. Mi hijo es violento y no lo sabe nadie. Esta causa sobrepasa
mis límites, me siento demasiado
involucrado.
Lustraba con un cariño las armas
largas…eran las más peligrosas, hasta yo tenía miedo de como las manejaba.
Después de lo de la hermana, mi viejo
no se dio más con la familia, éramos él y yo solos. Hablábamos de las armas,
nada más.
Él
pensaba que los demás me miraban así porque yo era raro. La verdad, no
encajaba en ningún lado, ni en la familia, ni en el colegio, ni en los bailes,
sobre todo en los bailes; del último, a los dieciséis, me acuerdo de que, con
una chica, tomábamos jugo y escuchábamos
la música; un gran sorete la tentó y ella me escupió todo el jugo en el traje; sé
que fue involuntario, pero no se los voy a perdonar, nunca más le dije nada a
una mujer; y ése era el miedo que me
daba de que fuera marica, imposible que un militar, y de alto grado, tenga un
hijo puto; no tenía amigas, aunque fuera una para disimular.
Me quedó el julepe de ser bastardeado en
público. El viejo pensaba que yo era para atrás. Digo , después que murió mi mamá de infección cuando yo tenía tres años_ según me contó_ él
no se volvió a casar ¿Por qué? ¿Eh? ¿No sería él el trolo? Para mí que lo que
se creía él se me pegó y hace poco empecé a oír dentro de mi mate ¡Mujerzuela,
puta,! Viene pero por suerte pasa enseguida; estoy deseando que lo metan a
perpetua, no puedo manejar el tema y quiero vivir tranquilo, sin la carga de mi
hijo.
Las voces son lo de menos, lo que
importa es que me pude vengar.
El juez pidió que lo separen de la causa por
razones de salud. Otro más que me deja solo.
El lunes pasado pasé por el Jardín
Gracia de María. Tantos años sin animarme. Todo empezó allí cuando yo tenía 5
años. Los chicos estábamos jugando al huevo podrido. Fue lindo hasta que me vi rodeado de sus ridículas
burlas sin dientes; me señalaban, saltando
como monos y gritaban ¡“Huevo podrido, huevo podrido”! Miré los árboles, se
movían dentro de mi cabeza, salían de ella y entraban. Me subió la mostaza y
los fajé a todos, hasta a la maestra. Ella llamó a mi papá y le dijo ”no
es para este lugar”; la directora y ella
me rajaron.
Se juntaron acordarme de la vergüenza que pasé en aquel recreo y lo que repetía mi
padre en el Tiro Federal y en el campo: “¿No, Pablito? Vos al primero que se
pase ¡Pum! Ni el más mínimo detalle dejás escapar”.
Un arma larga me estaba esperando
dentro de mi placard como una novia. A veces la sacaba y nos mirábamos al
espejo con ella. Sí, a veces me sentía algo.
Cuando vi la puerta me decidí. Fui a buscar
el arma y la llevé al Jardín. Primero les tiré a los adultos, después, a los desdentados, uno por uno. Ése fue el
modo de dejarlos bien mansitos
Silvia Cristina Travi es argentina, nacida en 1949. Psicóloga U.B.A. Estudió Letras en Joaquín V. González. 10 años de enseñanza de Castellano para extranjeros. Trabaja Social como psicóloga con gente en situación de calle.
Ilustración: Andrey Rudometov
Ilustración: Andrey Rudometov
HERMOSO CUENTO!
ResponderEliminarConmovedor, lacerante, cinematogràfico. Imàgenes que no dan tregua. Excelente, Silvia.
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