Dos manos inmensas
mecieron tu
infancia.
Más tarde
silenciosamente las mismas manos
te situaron en el lugar
angosto
y te dieron de comer
pastillas,
enguantadas para
que no las reconocieras.
Cuando te despertaste en el
hospital
conseguiste ayuda
para reconocer
las huellas
dactilares dentro de lo que hiciste.
No lo podías creer. Fue muy
arduo
para ti
creerlo.
Más tarde, dentro de
tus poemas,
que llevaron como
guantes, las mismas manos
dejaron grandes huellas. Igual que
dentro de tus cartas que eran
un último reducto
y que
llevaron como guantes.
Dentro
también de aquellas palabras con que me golpeabas
que se movían más aprisa que tu boca
y que zumban aún en mis
oídos.
Pienso a
veces
que tú misma eras al
final dos guantes
llevados por
aquellas dos manos.
A veces
pienso incluso que yo también
fui alcanzado, un entumecimiento de
guantes
que llevaban aquellas
manos mismas,
haciendo lo que
necesitaban que se hiciera, porque
las huellas dactilares dentro de lo que
hice
y dentro de tus poemas y
de tus cartas
y dentro de lo
que hiciste
son las
mismas.
Huellas
dactilares
dentro de unos
guantes vacíos, aquí, éstos,
de los que tus manos han
desaparecido.
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