El mar en calma esconde los
peces sin sueño.
Bajo
su líquida epidermis
hay
un jardín sumergido
donde
llevar a pasear nuestra mirada.
La
brisa es azul y sal,
hay
una barquita
que
navega por la tarde
pescando
paraísos.
Las
piedras se abrigan como pueden.
Con
pieles que sacuden musgos claros
que
adornan con calas del mar,
flores
bailarinas.
En
ese refugio,
el
ritmo y los reflejos
hacen
mecer distinta la memoria,
la
bañan de porvenir.
Los
peces son como pájaros
en
su jaula de agua.
Aves
que para nadar se desnudan de alas,
aceptan
lentejuelas sus escamas
-espejitos
plateados-
así
ocultan las espinas.
Nadan
en esos cielos
donde
florecen estrellas
y
flotan las luces
de
un sol que se retira,
acariciando
arenas.
Viven
siempre despiertos,
incluso
cuando sueñan
con
ser pez golondrina,
y
entregar el alma al albedrío de su vuelo.
La
palabra gana colores
y
algo de profundidad
cuando
le crecen pastitos de mar.
El
poema siempre es libertad,
ha
de escribirse en las tintas de la libertad.
Un
poema para leer a tientas,
cuando
la palabra
es
una oscuridad que nos alumbra.
Ilustración: http://blog.orientaronline.com.ar
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