A Juan Castro
Está
cansado.
Alucina.
El
teléfono sigue sonando.
Afuera
le espera,
paciente.
Se
toma las manos con la cara.
Se
humedece.
El
teléfono suena.
Se
levanta.
Se
sienta.
Se
acurruca en la alfombra tomándose las piernas flexionadas.
Se
detiene.
El
teléfono sigue sonando.
Gira
sobre sí.
Abre
la mandíbula como queriendo exhalar un grito
inexpresable.
Mas
calla.
El
teléfono suena.
Puede
verlos.
Se
cubre los ojos.
Ése
no es el problema.
Se
sienta cruzando las piernas.
Está
descalzo.
El
teléfono sigue sonando.
Se
sujeta del almohadón más cercano.
Cae
al suelo.
Se
toma del sofá.
Se
yergue con dificultad,
pausada,
pero decididamente.
El
teléfono suena.
Eleva
el rostro.
Está
cansado.
Se
desplaza abriéndose paso entre los obstáculos.
El
teléfono sigue sonando.
Avanza,
los
ojos entreabiertos,
la
respiración esforzada,
los
pasos
como arrastrados.
El
teléfono suena.
Los
pies descalzos.
El
rostro cansado.
El
cuerpo harto.
Avanza.
El
teléfono sigue sonando.
La
cortina estremeciéndose.
La
ventana abierta.
Se
detiene.
Mira
hacia atrás,
como queriendo...
El
teléfono suena.
Traspasa
el umbral.
Se
detiene.
Aguarda.
El
teléfono sigue sonando.
La
brisa golpea su rostro.
Es
detenido.
Los
pies cansados.
El
cuerpo descalzo.
El
alma vacía.
El
teléfono sigue sonando.
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