Despliego mis encantos en sórdidas metrópolis,
sólo para encelarte, porque sé que no es en
habitaciones
de finos nigromantes donde se teje mi solemne destino.
Preludio mis amores al ritmo de sonoros engranajes,
de fulmíneas turbinas, de lámparas ustorias,
te amo bajo las huestes de sórdidos ejército de
máquinas agónicas;
Te amo bajo la luz mortecina de la fábrica, con sus
ardientes
ruidos de bestia herida y sus exhalaciones pestilentes.
Te inquiero con preguntas que hacen saltar tornillos de íntimos mecanismos
¿Me querrás cuando el sonido de metálicas filas se
detenga en lo oscuro,
girasol
apagándose, para esperar fantasmas
trasnochados de obreros?
¿Me querrás aunque ceda la infatigable rueda como
cansado músculo?
Mis maquinales hábitos, industriales instintos,
te llaman desde el profundo vientre de esta mole
alumínica y grotesca,
te sueño entre cintas sin fin y atávicos, dorados
fuselajes.
Añoro el pisar firme de tus obreros íntimos,
tus alarmas de incendios sonando en plena vida,
las horas de comida pautando caóticos encuentros,
Te amo aunque me duela, con aceitados ritmos, con
frenético ímpetu,
respirando el carbono de tus vapores últimos,
el fantástico semen de tus potros elípticos,
porque aunque ya no son de vapor tus resortes,
igual tienes el alma de cincuenta alazanes, su coraje y
su brío.
Te amo entre las máquinas, paseando por el río de
martillos y ruedas,
con aromas de fábrica, y plúmbeos estertores, con alma
de poleas,
firmes imprecaciones de insistentes palancas.
El coito siderúrgico de tibias aleaciones termina con
jadeos metalúrgicos,
un tornillo que cae, una pieza que cede,
aceites que gotean y el alma que se escapa por ignotas
fisuras.
Gracias, Walter!
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