Eres un hombre lúbrico y su semen.
Tú: decantación de la humana historia y su
milagro,
su sostén y sus alas,
único acercamiento posible a lo indecible.
Refulgentes como astros se alzan de la tumba tus poetas,
los que moran en tu vientre,
los que haces nacer en plena página,
aquellos que pares cada día a la luz rosada del
poniente.
Te arrastras por el barro con el soldado,
te me vuelas de noche con las trapecistas
gozas en la cama de las meretrices,
acompañas insomne las noches de trabajo del
galeno,
te pierdes en la luz insistente de la fábrica,
en la luz tenue de los teatros,
en la luz cefálica de las minas.
Haces girar el mundo con tu ritmo,
con tus exhalaciones se pueblan las cantinas,
en tu sangre laten el poeta, el sacerdote y el
mendigo.
El agujero por donde se entra al mundo,
no es ese que el pincel de Courbet inmortaliza;
son tus brazos ahuecando la muerte para que el
poeta nazca,
son tus piernas abriéndose a la noche para exhalar
su alma.
Eres del hombre, su diamante,
su gema maravillosa, pero también, el resto del
lenguaje;
desperdicio, vacío que lo hace nacer,
el epitafio del sentido,
la muerte de la razón,
la burla de la carne.
Dama inmortal, hombre sacrílego,
muere el dolor acuchillado, en tu presencia.
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