Tu silueta se deja dibujar entre mesas y platos. Sos la carta que, en su geometría, deja ver el cálculo que nunca puedo resolver. La limpieza de tu mirada y tu sonrisa abundante, me hacen adivinar la bienvenida. No hay mostrador que separe la concordancia de esta epifanía. Celebro el acercamiento, y me asombra la forma en que la simpleza toma la altura de un pájaro en las montañas. Me sorprende ver lo diminuto de mis gestos ante tu mirada, y el silencio que acompaña cada buen gesto. Porque tus palabras son silencios, cuando crecen tu sonrisa, tu mirada y tu aura.
Esa enorme juventud le calza bien a los que sacan pecho con la experiencia. Los años no son chapa, aunque sean por demás respetables. Pero lo espontáneo, lo que no está producido y sale en su estado natural, no tiene nomenclaturas. Ojalá nunca lo lleves como una carga. Ojalá convivas siempre con tu corazón, y en esa conversación fluida, no dejes contaminar tu río con sangre.
No conozco tu nombre, pero sé llamarte. Conozco tu nombre, pero no te pronuncio. Soy consciente de la esclavitud que poseo con las almas interiores, capaces de iluminar el rincón más oscuro. En tiempos en que no veo claridad alrededor mío, aparecés con los ojos bien abiertos para encandilar. Nadie dirá nada más, lo que se escuche será apenas ruido.
Que prevalezca el silencio. Todos debemos respetar lo que crece, en el más absoluto silencio.
Walter Gomez
05/04/06
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