Y una mañana temprano la chica
descalza decidió suicidarse.
La noche anterior había salido decidida a bailar
con ángeles perdidos que danzaban por la noche.
Pero antes se había acostumbrado
a curarse las heridas con sal,
toda vez que su corazón le avisaba que ya no flotaba.
A su trabajo iba siempre, pero nunca estaba allí.
Su mirada violenta le quitaba espacios,
aunque su sonrisa jugaba para la tribuna.
Por eso después de cada fecha,
el vestuario necesitaba del pizarrón y la yerba.
Su cabeza era una vaca sagrada
de las que ordeñaba ideas como ametralladora.
Un día, hace mucho, su corazón tomo de rehén
la sonrisa de un fantasma que había decidido
a jugarse las sábanas.
En ese paso, la chica descalza,
quemó más naves de las que tenía.
La imaginación decidió subirse a la montaña rusa,
Y en lo más alto el fantasma huyó despavorido.
Ella se quedó sola. Muy sola.
Es que aquél fantasma se asustó de las certezas.
Y justo ella, que no era exclusiva de nadie,
se encontró concurrida de silencios.
En el momento en que buscaba hacer pie en el infinito,
la locura se hizo dueña de ella en una semana de extravíos.
Cuando una tarde decidió romper con los lazos del primer día,
se paró desnuda en el parque a esperar
que la golpeara la primer piedra, del granizo de las almas.
En una nube de octubre se hizo amiga del huérfano del sol,
pero también se asfixió sola.
Y el huérfano siguió huérfano…y ahora manco.
Es que a ella, el aire le faltaba más que el alimento.
Y así, chorros de dolor escurrían de su alma.
Hasta que, claro, no pudo mas.
Ella que movía nubes con el pincel,
se inmoló en el que decidió sería su última obra maestra:
La pintura de su dolor.
Walter Gómez
31/05/10
(fotografía de Jody Ake)
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