sábado, 15 de diciembre de 2012

EL OFICIO DE ESCRITOR




Escribir por placer, en la agonía, por gusto,  frente al reflejo de un verbo.
Escribir por terror a reconocerse o a tocarse entre la penumbra.
Escribir esas frases que te emparcharon el alma.
Escribir acontecido, tenue, entre paréntesis, bajo un árbol de raíces finas.
Escribir molesto, caliente, defraudado e indolente, escribir una y otra vez el verbo ése del que jamás escaparás mientras te persiga.
Pasar noches escribiendo, cubierto de olor a polvo, a cigarrillo, a humedad, a mandarina, entrelazados todos como testigos de la locura y el engaño.
Escribir crucificado, anotar una idea madre, darle hijos escribiendo, formar la Gran Familia de las Palabras.
Escribir de corrido, sobre papel higiénico, enamorado, baldeando, escribir manco, solo, abandonado, taciturno, riendo, congelado, escribir hasta que las alas dejen de bañarte, hasta que los hilos reconozcan la extraña paternidad que los mantiene, escribir bajo la piel de un renacuajo, sobre tus rodillas, entre tu sexo-paredón.
Saltar la escritura con elegancia escrita, manifestarse a favor de todos aquellos que han elegido escribir sin analizarse.
Escribir hasta llagarse o hasta parir algún recuerdo, hasta escalar un pensamiento que te acaricie o te perdone por haberlo escrito.
Escribir en muletas, internado, feliz, acongojado, mustio, inerte, doblegado.
Escribirle a las palabras que nadie pronuncia por miedo a ser etiquetado, a las danzas de la entrega, a los inválidos cuyo teatro concierne mi existencia, a los vivos y a los muertos que gozan de mi recuerdo. 
Escribir para salirse de cauce, para matar una ilusión, escribir sin sacar del rebaño a aquellas letras que pronosticaron tu caída, escribir ante todo, bajo nada, sin sentido, paciente, enfermo. 
Escribirle un poema al pánico, a la soledad, a las cárceles internas e intestinas, escribir parejo, solo, podrido, salvado, redimido.
Escribir en el cine, en un velorio, en dos zanjas, en tres idiomas, en cuatro patas.
Escribir hasta sangrarlo, bajo la sombra, enterrado.
Escribirle a tu egoísmo y a mi candorosa ingenuidad.
Escribir sin límites, hasta recobrar el pulso de lo escrito…
Escribirlo todo y luego morir sin haber publicado.

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