martes, 10 de septiembre de 2013

MATERIAS PENDIENTES Por SILVIA CRISTINA TRAVI






Que se jodan los que me arruinaron la vida. Yo no veía la hora de que me las pagaran. Ahora se me hizo, me desquité de una;  en vez de puñetazos  para ensartar toda la bronca fue algo grande y no es una macana, como usted dice.  Las cosas uno va y las hace.

            Me gusta eso de contarle.  No soy culpable, hice justicia ¿por qué no se miran ellos? Narices para arriba, oliendo…usted me entiende.  Me agarraban todas las veces porque yo me les agachaba y era más chico, cobardes;  soy chico de tamaño, de edad , grandecito. Tengo 30 años , no estoy para dar vueltas con  inútiles.

          Mi papá tiene razón con eso de defenderse, no hay que dar ni una;  cretino de padre le tocó a este pobre,  milico intolerante que toda la vida lo trató para el demonio y ahora lo deja en manos de la defensa del  Estado teniendo plata; no se concibe; yo lo tengo que declarar culpable. Ni un perito  fue capaz de verle la paranoia . Como  está bien orientado en tiempo y espacio.. . Si no hay plata no les interesa. Las pericias no dan para inimputabilidad ¿ Qué hago yo que sólo me puedo atener a las pruebas, cinco chicos, 4 docentes y tres administrativos , para colmo del Jardín La Gracia de María, el más paquete del  barrio de Belgrano;  uno tiene sus presiones, es complejo, la gente cree en eso de la imparcialidad pero yo no sé cómo encarar el asunto.
         “Andá,  andá,  disfrutá del cielo azul y los malvones rojos , la vida se escapa, tonto”,  me decían mi papá y una tía; la pobre se quedó muerta, un día, en la cama, mirando para la ventana.     
          Las  chicas me miraban raro. Un día, justo cuando le hablé a una  me entró una basura en el ojo; me retorcí  como una víbora. ¿Qué, a la tierra se le daba la gana de tragarme antes de tiempo? Me  vino el tartamudeo;  la piba no sabía cómo disimular la cagada de risa.
        Flor de maraca, que tanto trabajo me costó cuidarlo, solo, con una madre que se mandó mudar cuando él tenía tres  años, la muy guacha. Nunca se hizo cargo con la excusa de que yo le pegaba. La realidad es que vio cómo venía la mano; el nenito normal nunca fue, pero yo lo quise educar como a un hombre; de chico ya lo llevaba al Tiro Federal, para que se acostumbrara a los ruidos fuertes. En cuanto tuvo doce o trece le enseñé  a tirar y fue lo único que aprendió muy bien. En el secundario quedó debiendo algunas materias de primero y nunca las dio. 
          Y ahí estaba,  siempre en  mi cuadra. Charlaba con los reos y los linyeras.  Ellos no decían de dónde lo fueron a sacar a ése.  En toda mi vida fueron los únicos que me dieron bola.                                                                                          
 Desde el  asunto del Tiro quise vengarme de lo peor, pero antes que eso, mejor dicho después,  hubo otras cosas, dejé el plato fuerte para el final.   
           En la escuela, cuidado con quien hablaba,  a ver si querían hacerse los ranas. No me daba con nadie por miedo a que me tuvieran  junado;  a cada rato me llamaba la maestra,  qué iba a hacer, un hombre solo con un hijo anormal y_ cosas del trabajo_ a un militar se lo traslada y no puede ir cargado con la familia a todas partes. En una oportunidad me tuve que ir seis meses y lo dejé con la sirvienta, no me quedaba otra. Cuando volví lo encontré cambiado para peor.  En el colegio me hablaron de asistente social; soy un oficial de la Fuerza, no podía permitir esa intervención y que se enteraran. Tenía trece y dije mejor le enseño y eso lo aprendió fenomenal, claro que después ya hubo que salir del Tiro Federal. Íbamos a campo abierto. Yo tenía todo tipo de armas y las conservo. Hace un par de años me retiré para estar tranquilo y sale con esto, ganas de estropearme la vida;  para colmo no se puede hablar ni con el padre ni con el hijo, es teléfono roto al divino botón, tras que yo no puedo estar con ellos, me expongo y no consigo nada. Quiero que muestre arrepentimiento, ya que no se pudo conseguir la insania. Sí sabe y se complace en la criminalidad del acto, hasta lamenta no haberlo hecho antes. No sé qué me pasa con este chico, me duele.  Tengo sesenta y cinco años y un hijo de la misma edad. También le encantan las armas; en mi casa hay unas cuantas que no deberían estar. Mi hijo es violento y no lo sabe nadie. Esta causa sobrepasa mis límites,  me siento demasiado involucrado.
          Lustraba con un cariño las armas largas…eran las más peligrosas, hasta yo tenía miedo de como las manejaba.
        Después de lo de la hermana, mi viejo no se dio más con la familia, éramos él y yo solos. Hablábamos de las armas, nada más.                                                                                 
       Él  pensaba que los demás me miraban así porque yo era raro. La verdad, no encajaba en ningún lado, ni en la familia, ni en el colegio, ni en los bailes, sobre todo en los bailes; del último, a los dieciséis, me acuerdo de que, con una chica,  tomábamos jugo y escuchábamos la música; un gran sorete la tentó y  ella me escupió todo el jugo en el traje; sé que fue involuntario, pero no se los voy a perdonar, nunca más le dije nada a una mujer;  y ése era el miedo que me daba de que fuera marica, imposible que un militar, y de alto grado, tenga un hijo puto; no tenía amigas, aunque fuera una para disimular.   
             Me quedó el julepe de ser bastardeado en público. El viejo pensaba que yo era para atrás. Digo ,  después que murió mi mamá de infección  cuando yo tenía tres años_ según me contó_ él no se volvió a casar ¿Por qué? ¿Eh? ¿No sería él el trolo? Para mí que lo que se creía él se me pegó y hace poco empecé a oír dentro de mi mate ¡Mujerzuela, puta,!  Viene pero por suerte  pasa enseguida; estoy deseando que lo metan a perpetua, no puedo manejar el tema y quiero vivir tranquilo, sin la carga de mi hijo.
        Las voces son lo de menos, lo que importa es que me pude vengar.
        El juez pidió que lo separen de la causa por razones de salud. Otro más que me deja solo.
        El lunes pasado pasé por el Jardín Gracia de María. Tantos años sin animarme. Todo empezó allí cuando yo tenía 5 años. Los chicos estábamos jugando al huevo podrido. Fue lindo  hasta que me vi rodeado de sus ridículas burlas sin dientes;  me señalaban, saltando como monos y gritaban ¡“Huevo podrido, huevo podrido”! Miré los árboles, se movían dentro de mi cabeza, salían de ella y entraban. Me subió la mostaza y los fajé a todos,  hasta a  la maestra. Ella llamó a mi papá y le dijo ”no es para este lugar”;  la directora y ella me rajaron.

         Se juntaron  acordarme de la  vergüenza  que pasé en aquel recreo y lo que repetía mi padre en el Tiro Federal y en el campo: “¿No, Pablito? Vos al primero que se pase ¡Pum! Ni el más mínimo detalle dejás escapar”.
         Un arma larga me estaba esperando dentro de mi placard como una novia. A veces la sacaba y nos mirábamos al espejo con ella. Sí, a veces me sentía algo.
        Cuando vi la puerta me decidí. Fui a buscar el arma y la llevé al Jardín. Primero les tiré a los adultos, después,  a los desdentados, uno por uno. Ése fue el modo de dejarlos bien mansitos
                                                                                                  
                                                                                   13 de mayo de 2013

Silvia Cristina Travi es argentina, nacida en 1949. Psicóloga U.B.A. Estudió Letras en  Joaquín V. González.  10 años de enseñanza de Castellano para extranjeros. Trabaja Social como psicóloga con gente en situación de calle.

Ilustración: Andrey Rudometov
 
 
 

2 comentarios:

  1. Conmovedor, lacerante, cinematogràfico. Imàgenes que no dan tregua. Excelente, Silvia.

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