sábado, 5 de febrero de 2011

EL VIAJE FINAL



¿Se puede salir indemne de un viaje en el que uno
se decide deshacer de las marcas que nos dejó el barro?
Miro para atrás, y todo lo que se ve es una pintura de Bosch
que en un tiempo, pesaba mi alma.
Ahora procuro levantar mis pies,
y el trigo de la suela provoca una especie de deslizamiento
que encanta mi andar.
Mientras el sueño se construye,
el camino ayuda a sostener la silueta.
Es como un andar vago, de esos que los tiempos ayudan a reflexionar.
El aire me llena de magia.
Me permite respirar el doble.
Hace un par de años, se me achicaba la garganta,
o al menos esa era la sensación.
Hoy mi neumonía mental es parte del pasado.
El viaje se hace de la  mano de la pasión,
y siento ahora como si el agua acariciara mis tobillos.
El sol débil de frente a mi cara genera un clima especial,
solo que mis manos, autosuficientes,
empiezan a dibujar una figura en un papel imaginado.
El trazo fino y un llanto…
Ahora otro trazo fino y otro llanto.
El viaje se llena como de espuma.
El agua de los tobillos se transforma en un baño refrescante.
Los dibujos se reflejan en el cielo y dejan de ser tales.
Mis manos ahora siente el peso de dos niños recién nacidos.
En sus ojos, hay rastros de mi amada
que me besa detrás de la oreja con suavidad y me susurra:

“Amor, el viaje recién empieza. Lo que viviste recién fue el final de algo. La salida de algún lugar donde juntos, de la mano, pudimos escapar. Recién ahora estamos en el final de ese túnel. Dale, vamos a disfrutar”.

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