jueves, 22 de octubre de 2015

CRÌTICA A LA NOVELA ISÓSCELES de WALTER GÓMEZ





La libertad y sus presagios posibles

Lo que estuve leyendo: Isósceles, la nueva novela de un nuevo amigo de la vida, Walter Gómez. Me pareció, como mínimo, muy buena. Pura acción, pura contradicción deformándose en el espejo del alma. Amasijándose, resquebrajándose, reanimándose. Me acordé de una película que vi hace muchos, muchos años, pero que caló hondo en mí: Babel, de un director latinoamericano, Alejandro Gonzalez Iñarritu.

Preguntas que surgieron:

¿Qué significa la soledad? ¿Cuál es valor del amor? ¿Qué pasa con el azar? ¿Qué es el destino? ¿Cuántas de todas nuestras decisiones augura nuestro presente y futuro? ¿Qué significa ser libre? ¿Cuál es el límite entre lo ético y lo moral?

Tiene como una especie de moraleja o redes de moralejas: si te metes en el fango del infierno, es muy probable que , tarde o temprano, se te queme por dentro la piel, que te carcoma ese polvo que vas echando a lo ancho y largo de tu propio camino. Un texto que juega todo el tiempo con el límite entre lo moral y lo ético. Te dice: si tomas decisiones esclavas a cierto “orden social”,  más allá de lo bueno o lo malo de las mismas, ése será entonces tu destino. El hacerse cargo y todo lo que implica (en este sentido me acordé de Babel: como todo aquello que hacemos deja huella en los otros). Es una novela ciento por ciento existencialista. Digo más: existencialista en el mundo de hoy: roto, fragmentario, posmoderno, individualista, sádico, escabroso, morboso y violento. Es una novela muy actual y muy “nuestra”;  dibuja la idiosincrasia del laburante porteño de una manera perfecta.

Un tipo que se mete en el negocio de trata de personas (¿negocio?; ¿eso es un negocio?: Sí, Silvina, eso también es un negocio) y en lo hondo de su propia mierda. Como un símil de Frankenstein: fabrica demonios y tendrás hienas aullando adentro de tu cabeza.
¿Cuánto de nosotros, al fin y al cabo, le da cuerpo a nuestras tragedias?
Rogelio se debate entre dos mujeres. No puede dejar la ideología (mandato cultural) de la monogamia; no,  no puede: pero tampoco puede quedarse con una de las dos. No sé si lo de Rogelio es tragedia o es una especie de auto/determinación. Es una duda que me quedó flotando en la cabeza.

El mismo dice, al final:  “Es increíble cómo, de golpe, pasé de estar turbado porque amaba a dos personas al mismo tiempo, sin el menor sentimiento de culpa de una sobre la otra y, de pronto, ya no puedo dejar sentir que bajar en la estación Acoyte del subte “A” es pisar el cementerio. O mirar a los ojos de Julieta y deshacerme de dolor por esa presencia invisible que evoca la imagen de Alejandra en la cama, y casi sin vida. ¿Hacía falta que me quedara sin Alejandra, y sin Lorena, para darme cuenta que lo que quedaba de mi vida era tan insignificante como quedarme abrazado solo en esta cama?” Como esos castillitos de arena que armábamos, siendo pequeños, en cualquier playa. La vida es como el amor y viceversa. Somos pequeños castillos de arena a punto de desfallecer conun simple “soplo del viento”. La vida no tiene garantía, el amor tampoco. Y pareciera que lo único que buscamos, una y otra vez, es justamente eso: garantía. Sencillamente: la ridiculez de lo humano.

Regresando al dilema / límite entre lo moral y lo ético: hay un personaje que, creo, define ese límite con sí misma. Lorena es franca con su deseo, por lo cual, es libre. Lorena es ética: sabe qué quiere y qué no, va hacia eso, sin más. No se deja llevar como el rebaño, en la miserable existencia del “deber ser”. Un personaje que inspira, que nos hace quebrar con nuestros propios pre/conceptos o que nos hace recordarlos.

Es un texto que se lee y se siente. Los personajes están allí, se los puede tocar, oler. Son de carne y hueso. 

De nuevo, vuelve el interrogante: ¿cuántos de nuestros actos, por ínfimos, por pequeños que sean, atañen a toda la maraña de seres humanos habitando, con nosotros, la misma existencia terrestre?
Un tipo que se endulzó con la plata sucia, termina en un territorio cercenado de lodo.  Un muchacho que ama tanto el amor como también a su soledad y cuando se asusta, toma decisiones impulsivas, arrastrado más por la pulsión / mandato que por el deseo. Quiere todo y al mismo tiempo ni siquiera él mismo sabe qué es lo que quiere. Va y viene como un péndulo, dejando el destino al azar mismo.  Termina detestando su soledad, sintiéndose una sombra de sí mismo.

Detalle: las partes sexuales narradas en el texto son de un voltaje narrativo exquisito. Siempre sentí que me cuesta escribir sobre eso. Es muy difícil lograr el clima, en literatura. Todo un hallazgo. Por momentos, es de un erotismo que logra lo que en literatura siempre es oro en polvo: tener la imagen en la cabeza.

En definitiva, todo se cierra en una misma moraleja: el destino siempre nos puede jugar una mala pasada: este es el puro azar pendular de nuestra experiencia vital. Lo de Rogelio parece una tragedia de ajedrez: todo lo que evitó con desesperación, se le vino encima.
 ¿Cuál es la diferencia entre el deseo y el miedo?; ¿Entre el amor y la posesión?; ¿entre el amor y el deseo sexual?
 ¿Es posible amar sin libertad (y no digo libertinaje, digo libertad – que quede claro-)?
Un texto que nos habla de que si andamos buscando garantías, caminamos la tierra al divino botón. De todos modos y más allá de esto, el final de Rogelio, de Alejandra y de Julieta es demasiado tremendo. Pero aquí está, creo, una de las otras virtudes del libro de Walter: es totalmente posible que cosas así ocurran. Lorena es como una especie de buda y la única que no es víctima, en el marco del triángulo, de un volcán que lo arrasa todo. Me es imposible no pensar en una intención autoral acá, aunque más no sea, a nivel inconsciente. El único ser libre de la novela, es el único que al final termina indemne. En una charla que tuve hace un par de días con el autor, él me comentó que lo que buscaba, principalmente, era hablar de la soledad y del amor. Cuestión con la que acuerdo, pero siento, en una parte honda de mi lectura, que más que nada tiene otros dos grandes temas: lo efímero del existir y valor colosal de la libertad. O por lo menos a mí me condujo por esas sendas del pensamiento y del sentir.

Vuelvo a preguntarme, entonces ¿cuántas de todas nuestras decisiones digitaliza nuestro presente y nuestro futuro? Toda las que no le competen al azar, pero ojo: el azar también tiene una energía y esa energía nace adentro de nuestra cabeza. Al fin y al cabo, cada uno de los personajes, pareciera: termina cavando su propia tumba. Menos Lorena, menos la que va por la vida con un par de alas encima. Para pensarlo. En definitiva, en la libertad todo es posible ¿no?: el deseo, el amor y la mismísima vida.  Sin la liberad, somos jaulas cosechando jaulas. La semilla, entonces,  es la libertad.

Para mí gusto una novela muy bien tramada. Con dos conflictos potentes y que se tocan, en paralelo. Lo único que le “criticaría” como “para laburar” (pero hasta ahí) es el tratamiento de la palabra en sí. Pero eso tiene que ver con que soy poeta y por tanto, la palabra para mí siempre pide poesía. A nivel imágenes metafóricas, me hubiese gustado más juego. Pero es un gusto personalísimo, está claro. Que un escritor te atornille al futtón y solo dejes de leerlo porque “hay obligaciones en ésta vida”, siempre habla de algo soberanamente muy bueno. Esto es así, es ley.



Por Silvina Pizarro, escritora.

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