Noelia Palma |
Ana Laura Albanece |
Hay más, porque todo aquello que arde está también en el receptor. Acá se rompieron las cadenas (pero no hablamos de libertad sino de liberación) y, artista y receptor, son la misma fuente de agua, se mezclan, se invaden, y se contrastan después de esa fusión, para continuar, de manera multiforme, una obra que abre y cierra sus pulmones a medida que esos ojos de mundo lo increpan. Incluso el primer artista increpa su obra y el segundo, y el tercero, y siempre que se abra esa ventana: como expansión, como manera de Ser y no necesariamente desde la observación sino en el lugar donde se es un todo. De más está decir que una obra de arte no es atemporal, hablamos de un lugar de origen (tanto del artista como su obra), una nacionalidad, una historia. De igual manera pasa con el segundo artista, que es quien recibe (y termina por crear o recrear la obra). Y nos preguntamos: cuánto abarca esa percepción, a qué límites llega, quién los impone. Esto no es un espejo sino un reflejo, se puede mirar a través del cristal, romperlo o quedarse sólo del lado de la observación, como quien pasa, toca, y nada más. Y volvemos a preguntar: cuál es el fin de dicha emotividad.
Ana Albanece - Noelia Palma
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