¿Hasta dónde un presidente puede
ocuparse del bienestar de cuarenta millones de personas, cuando desatiende el
de los tres integrantes de su familia? ¿Es inevitable que la figura
presidencial, eclipse al rol de padre y marido?
¿Hasta dónde un presidente puede tener
el termómetro de un país, de toda la población que gobierna, cuando no puede
medir la temperatura emocional de su propia familia?
La Medalla de Oro transita por esos
lugares, un presidente con posibilidades
de ser reelecto, se encuentra un domingo día del padre recibiendo
excepcionalmente a su amigo de toda la vida, hoy funcionario de su gobierno,
involucrado en un desvío de fondos en obras muy importantes de su gestión.
Ese día no iba a ser uno más para el
presidente, impecablemente interpretado por Luis Agustoni. Su hija le traería el
regalo del día del padre. Y también traería sus reproches, sus frustraciones, su
furia, y su desesperación. El drama empieza a tomar cuerpo. El padre que le
pide a su hija que cuide su figura de presidente por lo que declara en las
revistas, y ella que le habla al padre, no al presidente. Hay algo en la
actuación de Paula Saenz (la hija), un ritmo, un impulso arrollador que
contagia y transmite. Su mirada en diversas oportunidades refleja muy fuerte
el enojo y la ira. Su actuación es intensa. Todo lo que a ella le pasa uno lo
siente en el alma. Aún cuando flota la sensación que más que lo que le pasa, es
lo que ella sola se generó. Porque en las expectativas de los padres están
silenciadas las frustraciones de los hijos. Unas se alimentan de las otras. Nunca
el padre le dirá que quiere la medalla de oro para su hija, pero ella creerá
que su deber es tenerla.
Después llegará el prometido de su
hija (Segundo Pinto), y su actuación es pura respiración en la obra. Pone
blanco sobre negro, se impone a la fragilidad de las relaciones. Su diálogo con
el presidente a solas es reflexivo, es especial.
Hacia el final se tensa la cuerda de
lo real con lo supuesto. El presidente que gobierna con convicción a cuarenta
millones, entra en un túnel desolador donde desconoce qué cosas venían pasando
en su familia.
Ese despacho presidencial por momentos
es el infierno que es puro deleite para el espectador. Todos se lucen, porque
el texto permite el brillo de todos los actores, porque es un hallazgo que
durante una hora y media, las cosas que los personajes sostienen con tanta firmeza, al
rato no parecen ciertas, parecen supuestos. Y ahí puede estar el juego. ¿Cuánto
de los reproches de la hija del presidente son reales, y cuánto se trata de no
poder superar sus propias frustraciones? En la crudeza de esa inmensa actuación
de Paola Saenz, en la eficacia actoral a todas luces de Luis Agustoni, en la
cadencia y el excelente manejo de altos y bajos en los tonos de Segundo Pinto,
en todos y cada uno de ellos aparecen abigarrados la soledad, el dolor, y los
miedos.
La historia fuerte, los personajes
todos intensos y creíbles. Un drama que nos deja reflexionando sobre nuestro rol
de padre y el de hijo. Excelente obra donde los vínculos y lo emocional se
sostienen como eje desde el inicio hasta el final.
Funciones: Viernes, 20.30 hs. en El
Ojo, Tte. Gral. Juan D. Perón 2115
Ficha Técnica:
Autor: Luis Agustoni, Intérpretes: Luis Agustoni, Segundo
Pinto, Paula Sáenz, Ricardo Levy y Belén Mazzinghi; Escenografía y
Vestuario: Nadia Casaux; Iluminación y Jefe de Escena: Diego
Gómez Leite; Diseño y Fotos: Santiago Rapela; Producción
Ejecutiva: Ana Caterina Cora y Diego Gómez Leite; Producción
General: Teatro El Ojo; Dirección: Santiago Rapela
Prensa: Silvina
Pizarro
Crítica: Walter
Gómez
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