Martina en fuga. Mujer transitando la curva
final de su tercera década, fémina en crisis: con su profesión (es cantante,
pero considera a su madre, también cantante, superior), con sus emociones
(manipuladora de hombres, mujer decidida y de armas tomar, su único amor la
abandona por una oficinista), con su familia (su madre ya fallecida y su padre
en coma), con su actualidad (sola, fané y descangallada). Martina está aburrida
de su vida. Seca. Y mujer hipersexuada como es, Martina está caliente, alzada…
como su gata.
Una fan suya la persigue hasta su domicilio
particular, la acosa noche y día.
Matina se dispone a cantarle las cuarenta
verdades martinianas, cuando la fan, chilena ella, le dice que encontró su gata
perdida (que se perdió seguramente caminando nocturna por los tejados,
caliente). Le dice que se la devolverá a cambio de que escuche lo que tiene por
decirle. Martina accede a regañadientes y entonces escucha algo inesperado: la
chica le dice que ambas son hermanas, que la madre cantante de Martina tuvo un
amorío con el padre novelista de la fan. Chan. Soy tu fan, soy tu hermanita, y
aquí estoy…
Martina expulsa a la invasora, la saca carpiendo
con su discurso familiar a cuestas, exige la devolución de su gata y, quién se
la trae: el bonito novio chileno de la supuesta hermanita trasandina.
Flechazo en el amoroso corazón de Martina. Y tal
lo avasallante que es, mujer acostumbrada a tomar el hombre deseado, qué
hace?... Sí sí, se lo deglute.
Los mensajeros chilenos se van a su país y
Martina decide entonces dejar todo, abandonar sus shows, su mascota, y se
dispone martinianamente, al cruce de los Andes. Encuentra al novio de su
“hermanita” y se apodera de él.
Para el muchacho no representa más que una
relación nueva y extraña y tampoco hay amor en Martina. Más se parece al
capricho ó al desafío ó a un escape de la gélida soledad.
Se produce una encuentro con la fan y con el
padre escritor, entonces descubre el meollo de la cuestión y descifra en la
jóven a una persona alocada y naif, de querible encanto y fragilidad, cosas que
la hermanan con ella más profundamente que los lazos de sangre.
Muy interesante trabajo el de Antonella Costa, que construye una Martina audaz y desafiante, sexuada y elegante. Tal vez faltó explorar
zonas de fragilidad que habrían dado mayor densidad a su personaje (su relación
amor/odio con su madre fallecida y la naturaleza del nexo con su padre en
coma).
Bueno el trabajo de Geraldine Neary, que le imprime
juego y ternura a su hermanita fan. El film de Che Sandoval, pletórico de
peripecias, es una comedia que siempre entretiene, respetando el canon básico
del género.
ELENCO: Antonella Costa, Geraldine Neary, Patricio Contreras, Pedro
Costas
GUIÓN: Che Sandoval, Martín Rejtman
FOTOGRAFÍA: Benjamín Echazarreta
DIRECCIÓN: Che Sandoval
ORIGEN: Chile / Argentina (2018)
Crítica: Gustavo
Oviedo
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