La realidad desdobla a la
protagonista en dos: Andrómeda, a la que vemos en el escenario, y Luz, a la que
vemos a través de una pantalla de comunicación visual y telefónica.
En la mitología griega, Andrómeda fue
la rehén de su padre, Cefeo, para calmar la furia de Poseidón. En la obra,
parece ser la parte viva, sobreviviente, en contraposición con su hermana, Luz,
que agoniza en otra parte del mundo y con quien se comunica por ese medio. Todo
el desarrollo de la obra parece ser el conflicto, el tironeo entre dos partes
de un mismo ser: Andrómeda, a la inversa que en su destino mítico, es la que
aporta humor, ganas, optimismo. Luz, también contradiciendo su nombre,
representaría la melancolía, el abandono, el misticismo, la entrega fatalista a
la muerte.
A lo largo de la obra, puede surgir
la duda de que, en realidad, Andrómeda y Luz sean parte de una misma persona,
que se debate entre Eros y Tánatos, entre el amor, la vida, la risa, y la
melancolía, la muerte, la derrota.
Para una actriz, parece una
oportunidad espléndida de demostrar sus dotes, porque encarnaría a dos
personajes tan opuestos. Y debemos decir que Fernanda Orazi no desperdicia esta
oportunidad. Su expresividad corporal es notable, y convence, aun en un
escenario absolutamente despojado, con una puesta más que escueta.
Y también atrapa la persona que
vemos, moribunda, en la pantalla porque, además de su triste y aceptado
destino, inspira ternura y, en cierto modo, hace honor al nombre de su
personaje, aunque siempre con un velo de tristeza.
Sólo señalaría que se podría
sintetizar, hasta cierto punto, el planteo filosófico de la obra, porque de ese
modo, ganaría en fuerza expresiva y emotividad.
La Realidad está escrita por Denise Despeyroux y protagonizada por la actriz argentina radicada en España Fernanda Orazi
PRENSA: Carolina Reznik
Crítica: Salvador Pérez
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