Al entrar
siento en el aire la sensación de que voy a presenciar algo distinto. Parecida
al momento previo de ponerme a pintar, esa sensación de la hoja en blanco, de
no saber que va a aparecer de un instante a otro.
Está todo
lleno de luz, blanco, plano. En esta puesta en escena, la escena no está
puesta: va tomando forma a medida que nos sentamos
a ver qué pasa.
Aparecen
tres personajes: Cristal (Bárbara Massó), Mateo (Gonzalo Pastrana) y Dios (Gael
Policano Rossi).
Mientras la
historia se cuenta, Dios va creando el mundo que los rodea, el de ellos, que está
lleno de color y fantasías, que nace cuando se cruzan la simpleza de Mateo y el
mundo interior de Cristal.
Ella
escribe, le gusta leer, divagar entre sus pensamientos, a veces dejando espacio
en su cabeza para muchas paranoias o prejuicios que manchan todo el amor que
ansía sentir. Él, pinta. Es tranquilo, simple, la mayoría de las veces da por
sentado las cosas que ve en Cristal y que, para ella son importantes escuchar.
Mateo no se las dice, piensa que es obvio para el resto del mundo lo bien que
se siente al compartir un rato al lado suyo.
La obra se
basa en esas cosas que se dicen, las que no, las miradas que cruzan, las
tomadas de mano, los detalles en común que surgen de lo distinto de sus vidas y
que de alguna manera encuentran el modo de mezclar. Todo eso que generalmente
se extraña mucho más cuando la otra persona no está.
Es muy
agradable ver como se va sumando el color por todos lados, dando dimensión,
profundidad y espacio en paralelo a la historia que sigue avanzando, porque de
repente el guión te atrapó y cuando te querés dar cuenta están ubicados en otro
plano que en pocos minutos, salió de la nada. Mejor dicho, salió del rodillo del Dios
vestido de negro, que de vez en cuando aparece en escena con un sarcasmo que me
hace reír.
El guión y
el color interactúan todo el tiempo. Hay ritmo entre lo que están contando
Mateo y Cristal y el color. Cuando aparece la tensión, rojo. En las partes de
tristeza, colores fríos. Ensueño o ilusión, verde, amarillo.
Logró
sonrisas y que quedemos ahí con ellos hasta el final.
Hay tantos
detalles para prestar atención que sin darte cuenta pasa el tiempo y no querés
que se termine. Por momentos, hasta la musicalización surge de lo simple.
Crìtica e ilustraciòn, realizada por Bàrbara Beraldi en acrìlico
Prensa Carolina Reznik
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