martes, 2 de septiembre de 2014

RELOJ DE ARENA Por LAURA SOLEDAD BERALDI




La chica que dibujaba con arena se acercó a nuestra mesa y empezó a explicar su técnica.

Con mi hermana habíamos estado intentando con los dedos, con el dorso, un poco con las uñas de manejar cada granito infectado.  

La abuela Norma se la pasaba viendo documentales. El día en que vi el siniestro de la alfombra + arenero, perdí mi juventud.  

Me colgué. Levanté la vista a verla, estaba cerca era delgada y hermosa. Que lindas manos tiene. El pelo caía sobre la mesa, un cabello cerrado, sus escamas pegadas a la esencia parecía. Sí claro, se habrán quedado pegadas afirmándonos de paso que nadie podría pasar por su lado mientras ella trabaja, no se podría seguir caminando porque habría que detenerse.

Cualquier cosa material/ no-material que fuera expuesta a la lluvia de brillantes de arena, se quedaba congelada.  

Elegí congelada porque el frío y el tiempo son novios 

Vayamos un rato antes, antes de que ella corte el murmullo, antes, cuando estábamos las dos intentando dibujar desde dentro hacia fuera.  

¡Mentirosa! 

Mentira, yo sola dibujaba del centro al exterior.

Bárbara lo hacía bien, ella dibuja y ve las sombras antes de que se produzcan. Claro ese mundo ciego a mi visión me dejaba sonrisona, me enamoro de las manos de mi hermana.

Y es que me iba contando un cuento, como esta chica, ella contaba un cuento en silencio, sumisa transmitía lo que habita en su mundo sin igual.

¡Me encanta! Me pone curiosa y quiero el mío. El mío es pura palabra dialéctica desde la entraña y la rima y la canción, el tormento la fisura y bla bla bla. Hasta seguir diciéndolo me parece tan absurdo como la arena ahora, escurriéndose en mis manos y me deja de dar ganas de contar algo porque nada más quiero de mí, solo quería ver un dibujo y sentir paz, irme a vivir ahí con ella a descansar. Estoy segura de que no hay diablos en la arena muda de un desierto con tormentas.  

La chica seguramente vió como cada una en su concentración intentaba seguir creando desde que ella tomó su pausa.  

“Esta mina viene, me hace necesitarla y después se va”.

Para eso prefiero no ver nada.

Los ojos y tanto mambo con los ojos, y la impresión de un hueco sin globo,

a mi no me espanta.

 Me parece una gran ofrenda.  

Ni loca me los arranco. (Exploto. Exploto con alfiler sería mejor. Y luego una imagen de un huevo al microondas) 

Ni loca me los arranco.

Pero sí que sería un buen final. 

Yo no se dibujar ni la casita del psicotécnico. Ella dibuja desde que se pudo manchar los dedos. Ella y yo. Una desde el centro. Otra desde lo externo.

Nunca dudé si la solución era al revés.  

Mientras tanto, el pibe estaba convencido de que le querían enseñar a resolver los problemas de afuera hacia adentro y el dijo no, pará un poco: mi técnica es al revés.

Vivió años sin dudar de su convicción alguna vez establecida por él en intimidad. Habiendo sido así, no dudaba de su detalle, si hubiese quedado imperfecto lo hubiera desechado en el momento.

Siguió y pasaron años, le estaba costando practicar su teoría.

Observando a la chica de los estruendos en la arena se abrió una duda.  

¿Será que…

será que realmente la solución puede gestarse y ser efectiva desde el exterior?

Tal vez. 

Hacer efectivo el cambio de hecho, hacerlo. Me gustaría estar acá. Hacerlo.

Qué tanto pensar si o quiero o no. 

- Sacudón - sacudón se le caen los anteojos- 

¡¿Que pretendés quedarte sentado hasta que te hagas viejo y tus hijos te salven?!

¡¿Eh?!

El cambio de dentro hacia fuera se produce siempre, no incluye propia decisión. El cambio de afuera puede ser un principio disfrazado de resultado.  

De pronto empezaron a aplaudir tan fuerte que casi se cae a la mierda el techo.

La chica nunca vino, estuvo ahí delante todo el tiempo dibujando la historia de arena sobre el vidrio con la luz debajo, enfrente nuestro con un vestido el pelo y esas manos.

Claro me colgué en serio. Me colgué deseando.

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