La chica que dibujaba con arena se
acercó a nuestra mesa y empezó a explicar su técnica.
Con mi hermana habíamos estado
intentando con los dedos, con el dorso, un poco con las uñas de manejar cada
granito infectado.
La abuela Norma se la pasaba viendo
documentales. El día en que vi el siniestro de la alfombra + arenero, perdí mi
juventud.
Me colgué. Levanté la vista a verla, estaba
cerca era delgada y hermosa. Que lindas manos tiene. El pelo caía sobre la
mesa, un cabello cerrado, sus escamas pegadas a la esencia parecía. Sí claro,
se habrán quedado pegadas afirmándonos de paso que nadie podría pasar por su
lado mientras ella trabaja, no se podría seguir caminando porque habría que
detenerse.
Cualquier cosa material/ no-material
que fuera expuesta a la lluvia de brillantes de arena, se quedaba congelada.
Elegí
congelada porque el frío y el tiempo son novios
Vayamos un rato antes, antes de que
ella corte el murmullo, antes, cuando estábamos las dos intentando dibujar
desde dentro hacia fuera.
¡Mentirosa!
Mentira, yo sola dibujaba del centro
al exterior.
Bárbara lo hacía bien, ella dibuja y
ve las sombras antes de que se produzcan. Claro ese mundo ciego a mi visión me
dejaba sonrisona, me enamoro de las manos de mi hermana.
Y es que me iba contando un cuento,
como esta chica, ella contaba un cuento en silencio, sumisa transmitía lo que
habita en su mundo sin igual.
¡Me encanta! Me pone curiosa y quiero
el mío. El mío es pura palabra dialéctica desde la entraña y la rima y la
canción, el tormento la fisura y bla bla bla. Hasta seguir diciéndolo me parece
tan absurdo como la arena ahora, escurriéndose en mis manos y me deja de dar
ganas de contar algo porque nada más quiero de mí, solo quería ver un dibujo y
sentir paz, irme a vivir ahí con ella a descansar. Estoy segura de que no hay
diablos en la arena muda de un desierto con tormentas.
La chica seguramente vió como cada una
en su concentración intentaba seguir creando desde que ella tomó su pausa.
“Esta
mina viene, me hace necesitarla y después se va”.
Para
eso prefiero no ver nada.
Los
ojos y tanto mambo con los ojos, y la impresión de un hueco sin globo,
a
mi no me espanta.
Me parece una gran ofrenda.
Ni
loca me los arranco. (Exploto. Exploto con alfiler sería mejor. Y luego una
imagen de un huevo al microondas)
Ni
loca me los arranco.
Pero
sí que sería un buen final.
Yo no se dibujar ni la casita del
psicotécnico. Ella dibuja desde que se pudo manchar los dedos. Ella y yo. Una
desde el centro. Otra desde lo externo.
Nunca dudé si la solución era al
revés.
Mientras tanto, el pibe estaba
convencido de que le querían enseñar a resolver los problemas de afuera hacia
adentro y el dijo no, pará un poco: mi técnica es al revés.
Vivió años sin dudar de su convicción
alguna vez establecida por él en intimidad. Habiendo sido así, no dudaba de su
detalle, si hubiese quedado imperfecto lo hubiera desechado en el momento.
Siguió y pasaron años, le estaba
costando practicar su teoría.
Observando a la
chica de los estruendos en la arena se abrió una duda.
¿Será que…
será que realmente
la solución puede gestarse y ser efectiva desde el exterior?
Tal vez.
Hacer
efectivo el cambio de hecho, hacerlo. Me gustaría estar acá. Hacerlo.
Qué
tanto pensar si o quiero o no.
-
Sacudón - sacudón se le caen los anteojos-
¡¿Que pretendés quedarte sentado hasta
que te hagas viejo y tus hijos te salven?!
¡¿Eh?!
El cambio de dentro hacia fuera se
produce siempre, no incluye propia decisión. El cambio de afuera puede ser un
principio disfrazado de resultado.
De pronto empezaron a aplaudir tan
fuerte que casi se cae a la mierda el techo.
La chica nunca vino, estuvo ahí
delante todo el tiempo dibujando la historia de arena sobre el vidrio con la
luz debajo, enfrente nuestro con un vestido el pelo y esas manos.
Claro me colgué en serio. Me colgué
deseando.
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