viernes, 4 de julio de 2014

CRÍTICA A LA OBRA TEATRAL "LAS MUERTES" DE FABIANA REY



Acaba de terminar un ciclo para “Las muertes” de Fabiana Rey (textos Olga Orozco).

Van a volver pronto, no os preocupeis.

Esta puesta utiliza algunas herramientas de la modernidad para llevarnos a la raíz del teatro y el poema.

No se gasta en adornarlo: presenta una mixtura entre el minimalismo y la tragedia.

Con suerte mitológica distribuye 4 personajes que por lo alto y por lo bajo posan en lo oscuro. El texto arrasa, encarnado y en la pantalla que se despliega detrás, mientras la música bordea de fondo.

Una historia que despliega una ciudad fantasma, fotos antiguas, recuerdos de lo que ya no es, incógnitas de qué vendrá. El hilo de la historia descansa en la riqueza del texto y de las actuaciones, en cómo estas mecánicas funcionan para llevarnos a lugares que escapan a lo habitual…por lo que mucho más no sé si quiero apuntar, ya que a mi entender el suceso es suceso por existir cuando lo es allí, en el lugar que tiene destinado para que suceda. Con los elementos el tiempo el lugar y la proporción exacta, para que ocurra.

Algunos nombres retornan a ellos y se nos presentan a través de sus voces.  

El franchute alemán: El único hombre en escena cuando habla, lo hace para hacerse escuchar, con un acento raro y el gesto que lo baña se lleva la atención en un bocadito. La capturó entera, al menos la mía. Se afecta en  tiempo real, de espasmo en espasmo sonríe y le tiemblan los ojos, una gota de dulzura llevando en las manos de viaje un portarretratos fallido. El único hombre, parece sensible. Parece entre estas mujeres fuertes un tanto frágil.

Salvando el detalle de saber, que la fragilidad no tiene nada que ver con el recordar. Tal vez recordar sea la flama de la fortaleza.  

La mujer del maletín: De la sombra asoma ella. No levanta la cabeza y cuando lo hace, sus ojos son como un volcán seco, luego de añares de la erupción que extraña. Ya no es. O sí. Puede ser también. Quizá no quiera ser. Quizá sola es. O justamente lo contrario.

Lleva una capa. Su vestuario negro y pies. Carga en sus dos manos, deja cuando frena. Mira, voltea. La voz de ella colma la sala como si fuese bomba de humo. Retumba y los violines que suenan detrás arman una música que atrapa. Ella a pura verborragia, pausada, es presa de un viento tras otro, provocado por los textos de los que se apropia.  

La niña que espera: No se sabe ella por qué se sienta y observa. Al menos no lo supe yo. Tímidamente asoma su rostro, siempre pensando en algo más allá. Un silencio forma parte de su discurso no ambulante, ella tranquila, logra desplegar la alfombra de la frialdad y el amor, el desoxigenar del amor. Le han quitado el hálito parece, pero no sé si es así, porque respira. Ella es la curiosidad. Sus ojos lo dicen, su no pregunta, su observación lo dice. Ella lo dice con sus manos de mujer. Simulando que no está, seguramente piensa y repiensa a la presencia.  

La dama de fuego: Sigilosa, funcionando a traves del objeto, empuña y da un tirón al texto, que dice, y se deposita en la niña. En la mujer de la pesa. En el hombre lejano.

El color de sus ojos, el maquillaje, su pelo, la potencia de su voz y su modo de decir, parece que la internan en una llamarada que sólo dura hasta que el aire se va de ella.

Se vuelve callada. Seria. Ella tiene la llave maestra de todas las puertas, aún de las que no se sabe hacia donde lo dirigen a uno, luego de entrar, claro está. 
 

Yo no se si entraría. Es una ciudad tan oscura, tan imprecisa, tantas palabras, y sonidos, y miradas, yo no se si entraría.

Aunque. Me da curiosidad. Ya que nadie invita a entrar… por qué no están invitando a pasar? A esta ciudad?
 

Crítica: Laura Soledad Beraldi

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