Foto: Anto Galli |
Las internas de un cabaret, cierta similitud circense.
Amigos. Amores. Morbo envidia celos y
resignación.
Con ustedes,
Artistas.
El espectáculo denominado Ayres de
Cabaret lucha por seguir en cartelera en este viejo teatro. Sr Gustaw,
anfitrión y ley del lugar; Ángela, la dama en cartel; Fiamma, bailarina y
cortadora de tickets. Se está viniendo todo abajo, y la familia se necesita.
Ayres de Cabaret en los años 30 es un
torbellino de emociones; despliega nuestra música vertebral mechada con el
lunfardo, el olvido, los gritos el vino, el deseo entrelazado, cruzado y
también en carne cruda. La revancha, la ambición.
El amor más puro casi siempre brilla
en soledad y aquí en este aire las almas de 19 artistas salen de sus tripas y
por el canal de sus ojos llegan a nosotros, nos dan un pico se acomodan el
sombrero y me encantan. El tango y su extremo romanticismo, la milonga de
alegría, valsecito y aquel lunfardo de precisión codificada. Cierto olor a
almacén, la prioridad.
Las maneras aprendidas de llegar a
“ser alguien” dentro de este lugar, son desplegadas por Gustaw, que muestra la
realidad doble que provoca el telón. Nelly Morelli encarna a su mujer y
mantiene una bella sombra, difícil de ignorar. Por otro lado fue conmovedora la
manera en que se mostró al hombre y a la mujer en este teatro maestro.
Esa misma desfachatez y libertad es la
que así comienza a crear violencia en el otro, par del par. De pronto se pierde
la libertad dando comienzo a la posesión, y entre porteños e inmigrantes,
sucede la mezcla que muestra la magia del fenómeno. El aire se tensiona y entra
en escena lo frustrado y la verdad.
La primera dama del musical es
interpretada por Vicky Buchino y su aparición cambia la perspectiva de un tirón.
Con un micrófono de vincha entra lo más campante, sin avisar que va a abrir la
boca y una ola de mensajes subliminales te van a llevar volando a la
retrospectiva de algún amor, de algún dolor, o simplemente de pensar en nada,
sólo a escuchar y que comience la danza entre los músicos, sí, eso es un
espectáculo de hilos de agua como cuando te quedás idiotizado mirando una
fuente.
Hermosa precisión la de los músicos (Andrea Censabella Violín,
Luis Raponi Bandoneón, Matías Maya Guitarra, Lautaro Vergara Contrabajo,
Roberto Vanini Percusión y Juan Ignacio López Piano/ Dirección
Musical) nunca en contra del oído
llenaron de dulzura el escenario y se ganaron con entrega el aplauso tajante
del final (que estuvo contenido a cada rato).
Foto: Horacio Sabatini |
Estas individualidades coquetean a
medida que un momento se suspende en el otro.
Ciertas pautas de dirección terminan
de cerrar el soberbio trabajo de los actores y son mínimos los objetos en
escena, salvo los instrumentos, con ellos es suficiente. La dedicación al
vestuario se hizo notar, estaban todos muy coquetos y pertinentes a lo que
pasaba. Era como estar ahí adentro.
Los músicos y los actores conviven a
la vista y los pasajes de cuadro a cuadro se distinguen simplemente con el
foco. Es una manera interesante de mostrar un clima, el otro y está muy bien
logrado ya que las situaciones que pasan y que vienen no se cortan de
inmediato, por lo que no nos queda otra que creerles. ¡Vaya si creerles! Te
meten adentro de sí, sin preguntarte.
Es una pena que no siga esta obra en
cartelera porque estas cosas son las que enriquecen.
Un drama excelente.
Crítica realizada por Laura Soledad Beraldi
Sábados de agosto (2, 9, 16, 23 y 30) a las 23hs, en el teatro La Mueca (cabrera 4255, Palermo)
Sorpresa absoluta fue el ver en el rol de Fiamma a Marina Navas.Su voz marca con sus inflexiones vocales conjuntamente con su actuacion una nueva star de la escena musical
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